2 de enero de 2018

SOL EN UNA HABITACIÓN REMOTA

A pesar de que se me ha ocurrido pedirte a la vida, yo no dejo de pensar que algunas veces me da miedo empezar a hablarte, y no me siento preparado para empezar a probar tu silencio.

Aunque he sabido siempre que hay que salir a buscar las cosas que van a ocurrir, no hay que hacer nada, en realidad. No hay que ser nada, en realidad, y no es por la intención que todo florece o se precipita. Yo, de entrada, no dejo de pensarte, tan inútilmente, con toda esta pobreza y música lamentable que a veces se me ocurre. Fíjate.

Yo sé que tú sola ya eres el amor.

Yo lo sé sin tener que conocerte de nada. Eso se sabe desde el nerviosismo indescriptible que me revoluciona los líquidos que viven en la oscuridad de las entrañas, pugnando por salir.

Mi vida ya mejora porque digo tu nombre. Mi vida ya se alegra por saber que tan mínimamente eres alguien para mí.

Y sé que tú sola ya eres el amor, y sé que la vida entera es un fogonazo colosal que ya no recordamos, y que está de más ponerme a ofrecerte qué ni cómo ni cuándo. Eres el amor ya sola, y para qué me necesitas entonces.

Pero yo no puedo evitar deducirme o proyectar lo poco que podría haber de mí en alguna habitación remota de la casa de tu alma, o debajo, al menos, de la alfombra de tu pensamiento.

Tú sola eres el amor, y yo no quiero romperlo, no quiero molestarte ni estar de más en eso. Pero no tengo fuerzas para evitarte.

A pesar de que cuando, antes de irme, después de habernos dicho lo justo amablemente, tus ojos se zambullen en el tapiz de tu pantallita, y tus dedos eligen algo demasiado alejado de mí, y te empeñas en poner todo tu corazón en artefactos que escupen decenas de papelitos fosforescentes, a pesar de eso, yo no dejo de decirme que no quiero inventarme tu timidez, que no quiero acabar trastabillándome otra vez en el desaliento, para acabar otra vez hundido e inoperante en la desidia de un presente que, espeso y hastiado, se me ha quedado a comer sin que lo haya invitado.

A pesar de lo que ves, a pesar de lo que no ves ni piensas, yo solo soy el amor.

Yo lo sé, y tú y yo, de entrada, ya tenemos sin esfuerzo el infinito regalo.

Yo quiero vivir. Y no puedo evitar pensar constantemente en intentar saber hasta cuánto seríamos capaces de construirnos.

A pesar de lo que ves, a pesar de lo que no ves ni piensas, yo no hago más que intentarme guapo, o audaz, o curioso. O cercano, o gracioso. Yo qué sé. Algo apetecible. Algo.

No hago más que intentarme para ti. Algo que consiga alzarte los ojos, y decirte con todo que estoy aquí, así de cerca, o así de tuyo o así de para la vida y para ti. Así como alguna vez en la vida, en una oración o en un descuido, acabamos pensando con un temeroso susurro que algo así podría alguna vez estar y ser aquí, así de cerca, así de nuestro o así de para la vida y para nosotros.

A pesar de lo que ves, a pesar de lo que no ves ni piensas, no hago más que intentarme para ti. E intento ser o hacer lo que no sé todavía para que de alguna manera te parezca vital y bueno, incluso urgente, ponernos ahora mismo, en donde podamos, a hacernos la alegría.

Jag.
2_1_18


.

No hay comentarios:

Publicar un comentario