4 de enero de 2018

PEQUEÑOS ANIMALES QUE NOS MIRAN DESDE LA MALEZA


Avanzo entre nubes pensándote, y en días salpicados encuentro el aliento de ponerme delante de ti. Con esas ganas de vivirte en lo que pueda, te saludo, y en una mano el ansia, en la otra la cautela y el miedo previsible a que te sobre mi corazón asomado a la boca. Normalmente queda todo muy correcto, por mi parte y por la tuya, me parece. Todo es un juego fresco y susurrante de gorriones que se refrescan en una fuente. Algo se me ilumina desde que entro por tu puerta, a pesar de que todo se resume en buenos días, y gracias, y no se merecen, y sonrisas y amabilidad como apresurada de la venta al detall. Y tu cuerpo pequeño tan quietecillo entre tantas vitaminas. Y tu voz, que me acaricia sin que lo sepas.

Cuando nos despedimos suelo irme temblando como el andar inseguro y maravillado de un potrillo negro lustroso con un lunar en la frente y la placenta colgándole en la grupa. Porque algunos días consigo tragarme los nudos de todo lo que tengo por decidir, y me invento alguna palabra o un gesto mínimo que te diga que cómo estás quiere decir de mi ansia por que estés bien, mayormente, que buenos días no significa ay qué buenos son los días en general precisamente, sino más bien al mismo tiempo dos cosas:

1- Ay, qué buenos son los días que consigo atreverme a dar un paso hacia ti, y

2- Qué buenos deseo los días contigo, si te viene bien, a partir de ahora.

Pero todo esto, de sencillo es tan complejo, ya lo sabes. Lo poco que ayudaría de entrada mi simple temblor. Lo poco que sirve para nada el no saber dónde meterme cuando sé que te tengo ahí de cerca hablándome de cualquier cosa en un espacio cerrado.

Todo difícil y sencillo como pedirle a los cielos que un día digas mi nombre con tu voz de pájaro. Tan razonable y desquiciado como que un día vas a entender sin explicación este morir de ganas de ir contigo de la mano por ejemplo a un paseo por el campo. Y que los vientos y las plantas y las piedras nos sugieran lo que debemos decirnos por el correcto desarrollo de nuestras naturalezas, que las aguas y los pequeños animales que nos miran desde la maleza, nos susurren la canción justa para que tú y yo nos encontremos de algún modo en algún momento articulados. Tan sencillamente lo deseo, y tan ingenua, sin saber nada, esta oscuridad mía intenta pasos nuestros en la clara mañana. Quererte como los niños chicos quieren. Quererte sin andar estudiando quién eres, qué das, qué quieres. Qué tenemos que romper, qué construiremos. Quererte tan porque sí para siempre en este momento fugaz hasta el final de los tiempos.

Esos pequeños ojos que nos miran, curiosos y asustados, desde la maleza, saben mejor que nosotros de lo que quiero decir cuando hago un movimiento raro y tú te escondes en cualquier cosa; esos pequeños ojos saben perfectamente y sin palabras que amarte es añadirle una lógica desde nosotros a la fuerza de los vientos, que amarte es ayudar con honestidad a la temperatura de la tierra, con tus manos y las mías, amasando a besos un pan que serena el curso de los ríos, el llorar de los mares por la luna, y la fruta maravillosa que nace de las grietas de los cataclismos.

Y cómo va a ser nuestro abrazo, no puedo evitar preguntarme constantemente. Mas el incendio debe callarse en mi pecho, por ahora.

Debo acercarme a otras cuestiones ajenas que también responderían a alguna pregunta tuya.

Y ya está bien. Para qué alargarme poniendo banderitas en el hambre que te tengo, si ya está escrito el quererte como un niño chico.

Jag.
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