9 de noviembre de 2017

COMO UN RELÁMPAGO VERDE.

Es como una percepción ruinosa que tengo de mí mismo. Y no entro a valorar. Me duele la cabeza un poco por. Me ahogo de improperio, y me canso de mi falta de luz y mi sobra de gólgota. Me dejo sentir eso y no dejo de tener la impresión de que claudico en algo importante, que se me escapa entre los dedos ay como el agua. Algunos conocidos lo intentaron con la alimentación. Otros me dijeron de mis métodos de selección de personal. Con paternalismo la mayoría, habida cuenta de que, de cara al modelo occidental de la clase trabajadora con titulación y/o herencia, yo vengo a ser un ejemplo estupendo de lo que no se debe hacer, a nivel social, laboral, intelectual, emocional, y así hasta el final. No me ayudo demasiado señalando sin maquillaje, en su crudeza, cada uno de mis clamorosos fracasos. Pues así, palmadita. Así, sonrisa, suficiencia y chasquear de la lengua. Así, a colmillo con mi seca inocencia, cada quién alzado en su propio púlpito expendedor de consejos y conveniencias. Les acabo poniendo la razón muy barata, me parece. Mi única labor buena, es la de servirles de zanco atalaya desde la que contemplar más tranquilos el futuro: al parecer, el que yo hable y ellos no, sirve para que entiendan que sus vidas sin sentido van por el camino correcto.

Madremía, que es una debacle, pensaría, si hubiera tenido visos de que seguía un plan remoto, o al menos una brumosa ansia improbable que esbocé mientras me trataba el acné, pero qué va. Desde chico me he sentido abrumado y escupido al mundo con mis dos apellidos, y ahí se me acabó todo lo respetable, me parece. Todo esto es un asombro mal entendido. Todo esto es una quedada mal llevada. No tengo sistema ni objetivo. Pan y estructura pedí en una exposición que hice, pero nadie entendió nada. Escribo sin tema ni fin, porque no siento que los tenga como "escritor". Escribo sin tema ni fin, porque como persona tampoco los encuentro, mi tema ni mi fin. Qué se yo. Siempre he pensado que estoy harto de vivir desde que nací. Y ahora me siento, y que esperen los mensajes, y me encuentro como perdido y dejado en un descampado en la noche cerrada. ¿Qué puedo dar, para que mereciera la pena soportar mis cargas, me pregunto? ¿Qué hay de bello en mi, antes de que me conozcan más allá de lo que se ve? Y sin embargo, yo te miro, y aunque no te conozco de nada, e intuyo tus cargas, tus dolores imborrables, tus malos olores, tus caprichos insalvables, a pesar de ello, digo, yo te miro y encuentro en mí como mi poco de ansia por ir un poco más allá de lo que veo, y me encuentro con inspiración para trasponer el umbral que echa para atrás a la mayoría, y avanzar un poco más hacia ti, y por lo menos hablar de algo más allá de la casual deferencia de la educación-buenos días-qué quería-sí-coge lo que quieras y ya-sí-en el estante de fuera-a cuatro cincuenta. ¿Será que hay como una curiosidad natural universal repartida en todo el mundo? ¿Será que la gente, como tú por ejemplo, también, como yo por ti, siente que tiene algo que ganar en descubrirnos y tantearnos, aunque sea mínimamente? Ay, yo no lo sé. Pero eso a mí me sirve para no bajar los brazos del todo.

Yo ya sé que todo desemboca en la decepción, con su lecho de limo sucio, fangoso, formado por la podredumbre amalgamada que se arranca de la ilusiones, y arrastra el cauce vivo. Yo sé que todo acaba siendo dolorosamente normal, que todo tiende hacia un resignarnos a la lógica aplastante de la decrepitud y la miseria. Yo estoy golpeado y manoseado como la fruta que te dan en dos por uno. Yo sé todo este rendirnos a la lógica, lo sé, pero algo hay de juego oculto y esperanzado en algunas preguntas de todos los días. Algo en lo que, incluso fugazmente, acabamos depositando las explicaciones vitales fundamentales, las que guardamos y nos vienen desde las profundidades a decirnos por qué cada día tú te levantas para hacer siempre eso que haces, y por qué estoy yo mismo hoy en ese mismo lugar, y a pesar de ser de mundos distintos, estamos en una situación común y negociable, enfrentados y por mi parte entregándome de lleno a la desazón más que probable, pero sabiéndome con un nerviosismo sorpresivo en la voz, con un mortecino brillo en los ojos, mientras siento cómo una vez más estoy poniendo el alma en una pregunta casual, emocionándome porque sin querer nos hemos rozado los dedos, y he sentido como un relámpago verde iluminando todo mi mundo. Sabiendo, con sonrisa triste, que cualquier gesto tuyo de amabilidad, bastará para que tontamente me ponga otra vez a cargar las tintas. Como un autobús vacío, anárquico e insufrible, que sin itinerario ni destino, inventa donde quiere las paradas.

Jag.
9_11_17


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