10 de octubre de 2017

DIOS RUMIANTE

En principio, me veo en la lógica de advertirte que me dispongo a probar a hacer componer de alguna manera un textezuelo llenito hasta el cansancio de puntos y aparte, un conjunto de fraseos equívocamente versificados como los de los y las escritores y escritoras instalados e instaladas en los puestos de jerarquía de las listas de venta de los suplementos culturales de papel de fin de semana, esas listas de venta que la gente hace involuntariamente y sin sentido compositivo con sus compras, la misma gente que por sentirse parte de la ciudadanía acaba manteniendo en pie su ilusión de que el gobierno que les gobierna es la suma de su decisión con la decisión de una casi absoluta suficiente mayoría que impunemente derrota a lo justo y se arroga la razón del número irracional y estúpido para cargar de respaldo su ambición, la del gobernante, su ineptitud, su maldad, su egoísmo y el campo libre de su tropelía, y ya no quiero perderme más, referirme a esos textezuelos dirigidos a princesitas que han escuchado un disco de Chavela, se han colgado un post de Frida y están a punto de separarse porque tienen la ilusión de que princesitas no lo son, y se ponen a leer la vaga poesía de otras princesitas que confunden la redacción de un poema con la exposición libertina de un edulcorado calentón, sí, un textezuelo como ésos que copan de puntos y aparte los despejados libros de poesía de adaptación curricular para personas que se saben borrosamente desesperadas por todo pero han aprendido en internet la palabra empoderamiento y se han lanzado sin querer a alimentar la falacia de que este país TAMBIÉN ha hecho una transición efectiva hacia un verdadero interés por la CULTURA, mucho más allá (en realidad más hacia aquí) de cuando los hijos y las hijas de los generales victoriosos y los de los que montaron sus negocios favorecidos por la victoria empezaron a cardarse el pelo, se pusieron hombreras de plástico, aprendieron palabrotas en inglés, y empezaron un módulo de yonqui guapo en academia privada del centro a un paso de casa, mientras los yonquis feos suspendían como moscas en los barracones y las bajeras de puente de los arrabales y extrarradios, sí, y ya está bien de seguir abusando de la frágil atención en el devaneo barato, referirme a esos textezuelos de sensible de postal para leer en la playa y en el metro y meneando la sopa de sobre y meneando a una prima en una barra con luces dudosas pero efectistas de seducción/conquista/tenemos/que/vivir/la/vida, mientras se esbozan planes de maridar momentáneamente hortaliza y conchafina, en fin, la verdad es que yo no soy quién para extenderme, ni esto va a ser qué para extenderse, sí, ésos, esos textezuelos vagos dirigidos al consumo de personas con sus sentimientos y sus deberes inalienables hablando primero de su individualidad inviolable, de su papel en el conjunto del colectivo, de su identidad con su intrínseco e innegociable respeto por su peculiaridad, para después hablar de los fichajes. Y ya me callo, en principio, de la advertencia, que me sale más larga que lo que venga a decir, y qué importa, y que no se me vaya a notar más de la cuenta el postoperatorio de Bernhard, pienso.

. . .

Tú sabes que a veces no comunicamos porque las puertas y las ventanas no se nos abren de tan hinchadas de veneno.

Tú sabes que ya nos va haciendo falta que algo sencillo se ponga de nuestra parte.

Ahora mismo, al menos como mínimo, es esto lo que nos une.

La vida no nos viene como la luz que ilumina las caras de dos niños que se miran frente a frente en torno a una hoguera en la noche.

La vida no pierde el tiempo en acariciar tus manos mientras le ofreces tus mejores canicas.

Las coge y ya está.

No importa si se te acaba el juego.

La vida es llora, mientras el cielo azul impávido pasa recortando los cedros moribundos.

Es ceniza debajo de la caricia, la vida.

Es una página que ociosamente y sin más se pierde para siempre, mientras esperas que se acabe de una puta vez la reforma de la torre de Sally.

Ya ves.

Soñamos con que una mujer colosal, con un cuerpo hecho de conejitos blancos iba a venir a darnos el abrazo que sentimos que habíamos perdido de nuestra madre.

Un abrazo efectivo y acogedor.

(Dios, me odio haciendo esto).

Un abrazo como de ahora para siempre sin preguntas.

Un abrazo de me voy a quedar contigo para siempre a partir de ahora.

Para siempre y a pesar de que tu respirar se agita presuroso.

Un abrazo de estate tranquilo que aquí dentro no ha de llegar la vileza de la medianía.

Ese.

Ese abrazo hemos soñado.

Pero hemos despertado de ese sueño, y sólo nos tenemos a nosotros.

Y nos sentimos solos y traicionados, y ya nos da risa plantearnos si aún podemos llegar a volver a creer en nosotros mismos.

Y no me lleves la contraria, que sabes que es verdad.

No nos queda nada.

Nada.

Qué podemos esperar de la gente.

La gente es una masa que justifica su ignorancia por la vida acelerada.

La gente maquilla de normal la injusticia de la que viven los miserables.

La gente se queda encallada en su honradez, en su buena intención.

La gente se acaba acomodando en su cortedad de acción, en su comodidad de reacción, siguiendo la baba trending topic para no tener que sentirse rara, o sola, o abandonada de la mayoría.

La gente reza para que les salgan youtubers de éxito, o reinas de la belleza, o magos del balón, o inventores de App´s revolucionariamente productivas.

La gente piensa que acabó su mezquindad porque sus hijas e hijos terminaron una carrera en la universidad.

La gente celebra que superaron enfermedades que les hubiera arruinado su imagen externa.

La gente toma drogas limpias e invisibles.

La gente lee a Shakespeare para saber quién es el asesino.

La gente mantiene el orden y suspira por llegar a hacer lo suficiente para que les tengan envidia los vecinos.

La gente, quiéreme.

La gente, piérdete.

La gente, tenemos que hablar en serio.

La gente, de esa guárdame una cría. La gente.

La gente que confunde egoísmo con individualidad.

Independencia y autonomía y anarquía y libertad.

Para toda la gente y para una a una. Una de cal, y de arena, una.

Porque ¿sabes para quién hacen los gobiernos que hace la gente?

Pues para la gente.

¿Sabes quién manda pegar palos cuando la gente está opinando un poco raro para los gobiernos que hace la gente?

Pues la gente del gobierno de la gente.

Y los esbirros que pegan los palos del gobierno son la gente. Están ahí para eso, para que la gente no se manche la ropa, ni se le maltrate el espíritu, ni tenga que estar apuntalando constantemente las verdades que les revelaron Dios o sus padres.

Así se mantienen tranquilas las verdades de la gente que lo dejó bien atado.

Así se garantiza su correcta digestión.

Y de mientras, gente que sólo lee en los tiempos muertos, sin tener noción de persona, van por la calle y las barras de los bares postulando por su identidad.

La gente que nos roba.

La que se siente diferente y hace gala de ello.

La que se siente con talla para hacernos evidente su desprecio.

La que no tiene interés ni comprensión lectora, aunque mata y muere por su derecho a opinar.

La que viene y la que vendrá. Esa gente, la que nos coge de la mano, y nos acompaña amablemente al matadero.

En todas partes gente junta.

Gente de la esperanza al lado de gente de claudicar.

Gente de construirse y gente de zozobrar.

Gente del orgullo y gente de la lástima.

Todos uno frente a otro.

Todos uno al lado de otro.

Unos allí, para dar leche y sangre.

Otros enfrente, por su leche y por su sangre.

Todos mascullando las canciones infantiles que les afilaron los dientes.

Sí, esa gente delicada, criada con angustia.

Esa gente dura que se merece la siesta.

Esa gente suficiente, que hace bandera con sus desmayos.

Esa. La que tiene todo lo que hace falta y podría avanzar sola o de la mano por el camino de la alegría.

La gente, entre la que está quien me ama.

La gente, entre la que está quien abriría la puerta de su casa, y te daría la silla, el pan y el vino.

La gente, no me desfallezcas.

La gente, no te rindas.

Y sigue, hasta que se rompan todos los platos y ensuciemos sin remedio todo lo blanco con las pobres razones de nuestros deseos. O de nuestras culpas.

No les hagas caso a los gobernantes, como hace la gente.

No les hagas caso a los gobernados, como hace la gente.

Disuade y desiste. No les alientes con lo mejor del brillo de tu mirada.

No mires a los ojos de quienes construyen el recelo. La gente.

Abominan de los libros que acaban mal, mientras piensan que su vida está bastante bien. Y que lo normal es la felicidad.

La gente que piensa que el dolor es sólo un lamentable traspiés.

Sí, la gente.

La que se enamora de las fotos.

La que dice que te ha encontrado cuando encuentra y le gusta tu foto.

La gente esa, opina por las fotos.

Cree en las fotos, y construye su vida con sus fotos.

Cree en las fotos, y construye su vida con fotos de otros.

Construye la vida de los otros con fotos suyas y fotos de otros.

Gente que, por creer en las fotos, construye la vida de otros con fotos de otros otros.

No desmientas a esa gente, ahora que piensan que su felicidad es un derecho natural que viene en camino.

La gente, sí. Concretamente esa gente.

La pobre gente que sufre la miseria.

También, la que construye miseria para otros. La que vive de esa miseria, y le pone un mango y un marco bonito y la adecenta y la vende, y de eso hace el propósito, la luz de su vida.

Y lo mismo con la ignorancia.

Respira, que se parece a pensar.

Y piensa, que es mucho más que respirar.

Trafican con los sentimientos de los demás. La gente.

Hay gente que siente que es una isla perdida en el océano. Y rodeados de agua y de sal, se enorgullecen de su falta de hilos de sangre y de tierra que los unan al continente.

Por otra parte, hay gente que siente que es una isla perdida en el océano. Y rodeados de agua y sal, se sienten abandonados del vigor de la mano que ayuda, del aliento caliente que nunca los dejaría solos.

Gente que siente que todo a su alrededor es vacío, es hermana de sangre de gente que siente que todo a su alrededor está para atacarle.

La gente que siente que es una brisa de primavera. Y se ofrecen y se abren.

Gente que siente que todo está siempre bien, y tiene ahorros de esperanzas para los tiempos oscuros, y sincero entusiasmo por vivir.

Esa gente le da las gracias a Dios por haber nacido y vivir. Piensan que merecen la buena vida que viven, y están convencidos de que las desgracias son injusticias que les ocurren a ellos porque se han traspapelado.

Esa gente.

La que piensa que sólo los demás desfallecen.

Que sólo los demás se manchan en público.

Que sólo los demás tienen postura reprobable por el sentido común de la ciudadanía. Esa gente.

Ahí los tienes, están por todas partes, hablando con acento tertuliano de la fotografía impecable de las películas que no entienden.

La gente que abriga serias sospechas de la ironía, porque en realidad nunca ha comprendido demasiado bien los mensajes evidentes.

Gente que recela del raro y del desobediente.

Gente que abomina del feo y del extravagante.

Gente que se ríe de quien no encaja en las formas.

La gente. Venenosa y vulnerable.

Pérfida e inocente, la gente.

La gente piel fina.

La gente chochona, huevona.

La gente listilla, tan simplona, la gente.

Abochornada por nada. La que se ríe abiertamente cuando alguien

se mancha

se cae

se tuerce

se sale

se muere de forma ridícula.

La gente que nunca moverá un músculo por lo verdadero y lo digno,

aunque tenga constantemente hinchadas las venas del cuello por el mantenimiento de las formas.

Esa gente que habla gratis.

La que quiere tener razón soltando lugares comunes.

Esa gente que opina barato en su cátedra del teclado.

La que se muestra orgullosa de los logros y progresos del mundo civilizado.

La que berrea sus derechos, para después decir con orgullo

ese puente

esa manzana

esa vacuna

esa alberca

la hemos construido nosotros.

La gente que se acuerda del prójimo para repartir los pagos y las culpas.

La gente que parece que su objetivo en esta vida es salvar el culo.

La que ejerce con orgullo y soltura su opción de ciudadano.

La gente sigue adelante, a favor de viento y marea.

La gente sigue votando la herencia envenenada, y que el mejor me quedo como estoy no se nos acabe yendo al garete.

La gente las viste como putas y tiene plena convicción de la prevalencia de sus derechos.

Entre toda la gente la mataron, pero al final se murió sola.

Sola como la gente.

La que sigue en su amor prefabricado.

La que sigue en su emoción de importación, y con el debido respeto, señor, pero qué diablos, vamos a darnos un beso bajo el muérdago.

La que tiene en su agenda los cumpleaños de los niños, la ropa de diario y los amigos del trabajo.

Lloran de ardor aprendido y suspiran de plástico.

Comen de pie y follan a distancia.

Les gusta les encanta les divierte les asombra les entristece y enfada, pero nada les emociona.

Sonríe con miedo, abraza de memoria, besa con cuidado.

Dime tú entonces qué podemos esperar de la gente, tú y yo.

Gastan sus años de intelecto, sus litros de poema en aprenderse las canciones de los jefezuelos que tienen a mano.

Se les lanzan a los brazos, y les siguen como sombra oscura, como luz de un falso día, hasta el borde de todos los precipicios, los acantilados.

Cada quién vive convencido de ser el solista del coro.

La gente, oye.

La que vitorea a las fuerzas represoras.

La que pone fotos de antes para hacer sangre ahora.

La que vocifera promesas brumosas para que les sigan los exaltados, los parias, los abuelos y los niños.

A por ellos, que nos roban.

Vámonos todos a los bares, que allí están el amor puro, la justicia universal.

Esa gente que te digo.

La que se aprende las consignas de quienes se arrogan garantes de su voz genuína.

De su tono vital.

De sus valores.

De sus directrices.

De sus anhelos. Sus sueños por cumplir. Sus amores escritos en tiempo inmemorial.

Pero qué cansado se me está haciendo esto.

La gente normal se deja poner las riendas. En la vida buscará un diccionario, obviando los significados de la actualidad.

La gente vive bien creyendo en un engaño establecido.

La gente es suficientemente lista.

La gente. La que construye el terror sin saberlo.

La gente. A la que se le saca punta para pinchar y no para escribir.

La pobre gente que va a caer como moscas, mientras celebran la promesa de que se alzarán como dioses.

La que se quedará atrapada para siempre en un tarro de espesa miel muerta que confundieron con la vida.

Esa gente, óyeme.

Esa masa informe que estudió y trabajó y se equivocó y tropezó e iluminó contigo y conmigo.

Míralos, no están tan lejos de nosotros. También se dejaron encandilar por la belleza quebradiza y la fuerza engañosa de sus años jóvenes.

Esa gente, en su torpe inocencia, alimentaron con chucherías lo que les vendieron como dignidad y orgullo. Y ahora todo se les está muriendo.

Construyeron contigo y conmigo la razón y nos estamos comiendo la consecuencia.

Contigo y conmigo conforman la mirada dulce y comprensiva del maligno.

Esa gente, que como tú y como yo vieron volar Constituciones y Biblias.

Pobre gente espinosa a la que el gobierno les puso un mango.

Saben contigo y conmigo, que todo lo que amamos se va a caer de boca al barro, arruinando para siempre la foto que queríamos enviarle a Dios, antes del examen de fin de curso.

Ay de ti y de mi. Ay de la gente.

La pobre gente a la que hay que entenderle los derechos.

La pobre gente que vive vegetal.

La pobre gente que reclama animal y se construye mineral.

La gente a la que hay que sostener el corazón ciego y la lengua equivocada.

La pobre gente, tan violenta.

La pobre gente, tan ingeniosa.

Tan golpeada e ignorante.

La pobre gente que enseñorea sus diferencias y alardea de sus límites, mientras hace aguas el pan que se lleva a la boca.

La pobre gente, masa enfurecida.

Con su corazón y su resuello, abandonados en mitad de este rincón del universo.

Esa pobre gente que no sabe que el deber y el pesar siempre permanecen encendidos.

Esa gente, pobre sarpullido del Big Bang, enfermedad colosal de este grano de lenteja tan duro, que vaga sin cura ni dirección por el cuajar del altísimo.

Yo ya estoy más que cansado de todo esto, debería confesarte.

Olvídate de lo que puedas esperar de la gente, a estas alturas.

Y Dios no nos traga.

Entrégate.

Vete tú a saber lo que puede llegar a leer la gente en tu cara y en mi cara triste cuando vamos cabizbajos por la calle.

Sólo tú y yo podemos arreglarlo, ahora que por fin nos hemos encontrado.

La gente está sola y aturdida.

Igual que tú y yo estamos solos y aturdidos, en esta digestión que nunca se acaba.

Es por eso y por poco más, que sólo tengo la remota esperanza de que a ti y a mi, de pronto algún día, algo sencillo va a acabar poniéndose de nuestra parte.


Jag.
10_10_17


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