21 de diciembre de 2016

UNA CERILLA ENCENDIDA PARA CRUZAR EL LAGO


No es posible el imposible. Fíjate. Si se define como no posible ¿quién podría arrogarse la total seguridad de que no pasará lo imposible? Nadie. Fíjate.
Decir imposible es especular, sin demostración posible, que algo no será o no pasará. Se podrían admitir, en sana prudencia, la dificultad y la improbabilidad, con lo que se dejaría un inteligente margen a la duda por una remota posibilidad.
Nadie puede comprobar que algo no será, pues la duda que gobierna lo que aún remotamente tiene su posibilidad, nos sobrevivirá a todas y todos.
Podemos decir sin invento lo que pasó, pero no lo que no puede pasar.
Decir imposible es miedo del que lo dice, impuesto al que sólo lo escucha. Es coacción y disuasión, como burda manera de cerrar un argumento o una conversación. Es cansancio, es claudicar cuando pensamos en lo que queremos o necesitamos, y nos juzgamos débiles o incapaces, y acabamos rendidos y conformes en nuestra indigna pereza.
Sólo al final de los tiempos podría comprobarse con total certeza lo que ha pasado y lo que no pasará.
Si tus esperanzas y esfuerzos no se cansan, hasta el fin de tu tiempo contigo seguirán.
Y que rechinen los dientes de los desalentados: en el último segundo antes del final de los tiempos, cualquier cosa mantendrá intacta su remota posibilidad. Y al segundo siguiente, con el fin encima, ni los creyentes ni los escépticos, ni los ciegos ni los iluminados, estarán ahí en condiciones de glosar lo que ha pasado, ni de proclamar la certeza de lo que nunca ha de pasar.
Jag.
17_12_16


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