11 de noviembre de 2016

QUIZÁ ESCRIBIR



Abro los ojos, la ventana. El mundo es milagroso y la vida es una suerte redonda que todo lo ocupa. Y yo no sé qué hacer con la maldad.

Abro el corazón, las puertas. El mundo es imbecilidad, miseria, engaño, la vida es una condena que se nos agarra sin haberla pedido. Y yo no sé qué hacer con la hermosura.

Estoy aquí. Y puedo decirlo alto y claro. Puedo decirlo así porque lo considere honesto y necesario. Estoy aquí. Y puedo decirlo duro, porque lo viva indignado y me pueda, y me sienta naturalmente transparente y la rabia se me esté saliendo desde dentro a zarpazos, porque lo sienta urgente, y no espere a las formas, y dibuje cualquier manera bruta, como la sangre caliente que cala desde bajo sábanas blancas que intentaban taparlo todo. Estoy aquí. Y nada puede taparme. Puedo y tengo que decirlo, y sé que mi nobleza y mi ingenuidad no sirven. Sé que nada amortigua. Sé que el amor puro por decirlo me va a costar muy caro. No importa lo que yo considere necesario. Sobre todo si nadie lo entiende. Y más aún cuando nadie lo ha pedido. Puedo acabar abandonado a la pulsión del momento, que deje, por mi mano torpe, por mi corazón ofrecido, el futuro sembrado de ruinas en latencia. Trampas para nuestros hijos. Sal para sus sembrados. Fuego devastador para sus esperanzas. Y miedo. Por eso, quizá escribirlo, que es meterse de lleno, como jugando.

Algunas veces es darle color al gris, aunque también me veo poniéndome exhaustivamente olímpico con un sucio color mío, indefiniblemente hermanado con los olores de los amores que no me van a ser, pues sólo me ponen espíritu callado, y esconden resuello, saliva, temperatura y mano. Y pongo ese color desesperanzado, porque al menos es mío y honesto, cuando todo a mi alrededor tiene el aliento contenido de lo cobarde, y el apagado brillo de lo falso. El mundo sigue adelante sin adentrarse en los detalles de las cosas. Las calles ya están adornadas, azuzadas para la alegría. Hacen cola en las castañeras, haciendo tiempo para el final del día, y a nadie se le ha ocurrido preguntar si San José también era virgen. Yo no sé. A veces estoy enfermizamente sensible para todo, a pesar de que nada importa. Y me acuerdo de un deje y ya caigo enamorado. O unas maneras graciosas, o una conversación simple de mi parte, o alguna liviana maldad chiquita que en el horizonte se me está insinuando. No lo sé. El país se llena de patrioteros ladrones, y los periódicos de mamadas y de aplausos. Te plantan banderas en las fotos de boda, y apelan a la sucia bondad del olvido, a convivir de buenas maneras con lo injusto y con el pánico, y vengan vivas, y vengan bellezas de pueblo, estudiantas herederas de estanco. Yo no quiero ir con esa compañía por la senda de la muerte. No se me ha perdido nada en sus balcones, no salgo bien en sus fotos antiguas, y no cambio su tranquila pompa acomodada por mi predeciblemente histérico humor canino. Que ellos mueran de viejo, que gasten ellos su tiempo en escribir la Historia, que yo me iré pudriendo de fulgor sucio y de precipitación después del arrebato. Yo no sé nada, y ni me va ni me importa. Todo va de lo maravilloso a lo perverso, y yo casi nunca me hallo.

La gente vive alelada y absorbida en sus cosas normales, y normalmente no lo ve, pero vivo en denodado esfuerzo por mantenerme educado, amable y vivible, en mitad de mi espesa nube de tormenta de pasmo. Desde chico me sigue a todas partes. O más bien, de eso formo parte, o de eso vivo relleno y rodeado. Como casi nunca sé responder, casi nunca encuentro las fuerzas para adecentar o disculparme por lo que tan malamente voy contestando.

¿Escribir? A veces vagas y a veces rotundas, y siempre cambiantes, vestido de harapos pestosos y galas fragantes, con las esperanzas que construyo. Y ya te digo, a veces es maravilloso, pero a un paso de lo patético.

De nada sirven las buenas intenciones. La honestidad es frágil como dos kilos de caquis maduros dentro de la mochila. A poco que te mueves, toda tu bondad y dulzor, todo tu afán ofrecido, quedan irreconocibles en una mermelada de despropósito. La bondad se puede convertir en una mancha que no se quita. La honestidad es blancura, y es una carga. No sirve para nada más allá de las puertas en las que el espíritu se asoma a la calle.

Es preciosa esa obstinación por mantener el ropero lleno de lindos colores que no puedes vestir, porque en la calle no abrigan, ni cubren, ni se ven. Y ya va con tanto sigue y acepta y encuentra tu paz, ya va bien con todo eso que normalmente dice la gente que mete la mano cuando nadie mira, la gente fina y educada que babea en la intimidad, la que toquetea la verdura del mercado, la de agudeza crítica cuando se trata de los demás. Ya va bien de consejos de la gente que ensaya una dignidad circunspecta y distraída después de haber metido la pata hasta la oreja.

No eres digno si sólo lo eres mientras no salga tu tema. Es escribir. Es duro, pero vete tú a saber de dónde viene evaporada la nube que nieva en la montaña a la que vas en pos del agua más pura.

Así que todo mosca, quizá escribir, pero hay que ir ligero, con los zapatos de salir por pies, y el cinturón apretado.

...

Aunque escribir está muy lejos de servir para arreglar las cosas. Porque en realidad lo único que importa realmente nunca está en tu mano. Y precisamente por eso, escribir, porque es lo único que está en tu mano. Y entonces, escribir, para el que escribe, pasa a ser lo único que importa realmente. Porque qué importa lo que no está en tu mano, decía Epicteto, que en paz descanse.

Y entonces lo siguiente es reconocer que escribir te aleja, muchísimo más que a la gente, de la posibilidad de arreglar las cosas. Pues, siendo honestos, si escribiendo vas abriéndote camino con lo que dices, con lo que ni sabías que se puede decir, porque no había intención, ni palabra, ni voz, debes reconocer entonces que escribir es aprender a llevar el peso de lo que no sabía o no quería saber la gente, y vaya pesadez; de lo que tú no sabías, o de lo que tú no sabías que se puede saber después de haberlo escrito, vaya suerte, o de lo que tú mismo no querías reconocer que se puede leer y escuchar.

Vaya arrogancia, eso de ser el vocero de lo que no saben los demás, por mucho que te dediques a creer en los pensamientos que crean realidades, a creer en que los mundos vienen, para la gente, detrás de las palabras que otros les inventen para que ellos las pronuncien. Vaya responsabilidad, plantearte el aprender hasta saber decir lo que otros no saben. Y vaya fastidio, contar a quien no lo ha pedido, algo que no sabe que existe. Y vaya vanidoso condescender el pretender que lo aceptará, que le hará bien saberlo, y aún ante sí misma y ante sí mismo, la lectora y el lector, lo reconocerán.

Así, escribir, y quedarse con todo eso, y dar como un iluminado, y recibir como un muñeco de feria, por entrometido y deslenguado, es igual de humano que salir por pies, y darle la espalda a lo importante. Y no hacer, simplemente, lo que sí está en tu mano, que sin haberlo escrito y testado, nunca se podrá saber para qué.

Igual de humano, quizá, es no escribir. Renunciar a comprometerte, y encontrar, por poner un ejemplo, dando la cara solamente ante una fila de grifos de cerveza, junto a mujeres fragantes, en plena disposición y armonía, sin cuentas pendientes, con miradas deseablemente anhelantes, la piel turgente, el seso de tu parte, el abrazo ferviente, el sexo inminente y celebrando libremente la suerte de tu compañía, igual de humano no escribir, decía, y encontrar en ese desvelo deseado la vital alternativa al choque con el momento fatal de ilusión de ojalá que dure este momento por siempre. Y ya no sé lo que me digo, mas, quién soy yo si no más que el mendigo que irresponsable el acierto de atinar se arroga, diciendo por escrito que no escribo, y que podría, haciendo lo que no hago, callando en lo que digo, hallar en todo ello, las caras de una misma moneda que hallo, la de la dignidad y la de la condena, escribiendo o sin escribir, jactándome de encontrar sin haber ni aún buscado, para mí, para quienes leen, las palabras acertadas, los vocablos pertinentes que digan con precisa corrección, ¿quién coño me habrá mandado a mí meterme en la honestidad, camino voluntario, en la introspección, refugio sombrío y hastiado, del desvelo y del encierro, para acabar manejando, yo solo, esta mierda que a todos se les escapa y a nadie importa, y que para mí, por ser lo único que tengo en mi mano, es lo único importante?

Jag.

11_11_16

D.E.P. Leonard Cohen

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