5 de mayo de 2016

LA NIÑA RANCIA



Me tiene el cutis estropeado, mirada vidriada, la amabilidad perdidita. Y me balancea las piernas de garceta, tristemente sentada en la mesa, mientras saluda con fría desganada corrección de plástico.

La niña rancia tiene un deje airado, trato tirando a raruno, y el brillar arisco y maltratado de los corazones apaciguados en amores a la medida de otra. Y pelea contra el mundo por sistema, aunque se le ven acumuladas capas y capas del barniz que le deja la costumbre de caer derrotada ante sí misma. Es una fruta fresca golpeada me parece, y se le ven flojos los lazos y deshechas las trenzas, ay qué lástima. Estará perdida en luchas de las que ya no quedan papeles, pues saldrían volando en mariposas de ceniza para acabar fertilizando otras tierras.

Las manos le tiemblan, a veces. Y eso, de algún modo a mí me tranquiliza: la niña rancia no tiene razones fundamentadas para mirarme mal.

La niña rancia folla con imbéciles, y se empeña en mantenerse alterado el PH. A pesar del cuello elegante y la barbilla levantada, va de lista por inercia, y se le ve a la legua que ya no se siente guapa. Eso a mí me subleva, me enardece y me carga de emociones de peso, como para ponerme a buscar el momento de ir a plantarle un geranio en el canalillo. O a lo mejor algo más duradero. Yo no sé. A ver si así se entera de una vez de que el amor no cierra, ni tiene edades peligrosas, joder.

Si fuera por mí, ya le pintaría yo una sonrisa desvaída como mínimo, aunque sea con el agua sucia de otros cuadros. Pero ésa mujer, a veces mira que parece que tienes que limpiarte los zapatos antes de dirigirle la palabra.

Yo no le pierdo la paciencia ni el hilo. Vaya plan de vida que tengo.

A pesar de su elegancia glacial, yo sé que la niña rancia me tiene en sus agujeros cosquillitas de sospecha. Yo sé que a pesar de que estoy organizado como la contraportada de un vinilo punk autoeditado en provincias, en realidad ella sabe que tengo el aura corrosiva de los hombres a los que se les puede mirar bien sin tener que estar pendiente de tus defensas. Ella intuye que se puede pensar en mí constantemente.

Y creo que, de algún modo, eso la empavece y atorrulla. La niña rancia tiene un miedo atroz a dejarse enamorar por un feo. Por eso guarrea con saña su bella naturalidad cuantito aparezco por la puerta. Esconde, desperdiga, sus semilleros por ahí, por la maleza. Lo que llevaré yo pasao.

La niña rancia tiene una desnudez que vaya tela, pero tiene una actitud de estreñimiento que te cagas. Mi desparpajo se atasca en ella, igualmente, y vive envilecida por la posibilidad de que su quebradiza ternura tenga el puntito salado que falta en nuestra foto. Se me alarga, impenitentemente esquiva, en el destemple.

Yo creo que cierta soledad la reconcome, tan rodeada de brutos. Y supongo que la comida se le echa a perder entre oportunismos y garabatos de la compañía. Ay, yo no sé.

A mí me parece que la niña rancia me espía escondida tras las cortinas de cáñamo. Ella tiembla dentro de su cáscara fría, sus labios impasibles; y me ve y sospecha un picnic en cualquier parte. Y tristes confidencias, y pestes y miedos después, ella sabe que yo no le tendría puertas. Que le agradecería sus ganas de venir a verme con una sonrisa sencilla en la boca y algún tipo de flor en la mano.

Eso es lo que le pasa. Y está a esto de saberlo con certeza.

Está a un pelo de saber que en el amar se vence claudicando.

A la niña rancia se le escapa, en un suspiro, la cansada certidumbre de que nada de esto se resuelve en una elección simple. Nunca.

Ella lo lucha tontamente.

Ella lo sufre. Ella lo sabe.

La niña rancia sabe sin palabras lo cerca que está de mi nunca despedirme.

La niña rancia está a esto.

Y ya empieza a sonreír, tan tímida e indefensa.

Tan desorientada.

Jag.

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