20 de abril de 2016

GENTE QUE TE LLUEVE

Te riega la gente que te llueve. Y ni el agua ni las personas esperan a que tú sepas, ni vienen cuando tú puedes, o quieres o entiendes.

Hay gente que llega como llovizna persistente, y parece que no, parece que ahí mismo está el portal, pero te han calado despacito en toda tu sequedad.

Otras caen como tormenta de verano y te improvisan cauces, riachuelos en mitad del erial, y se llevan lo feo, lo sucio, la piel muerta, y te endulzan de amor la pesadez y la gravedad.

También hay la gente que te inunda sin preguntar. A la gente que viene derretida de hielos dolorosos, ardientes cataclismos, liberada de catástrofes, a esa, no le pongas contraseñas cuando llegue, ni puertas si su ímpetu les pide continuar.

No hay leyes para las aguas de la gente, y mira que también te lloverán sobre tu tierra caliente, y a tu contacto, todo se evapora de pasión arrebato, y te dejarán mano sobre mano, echando de menos su repentina humedad.

Agradece lo que antes de irse te ha llegado, pues también podría tocarte la gente que truena en tu casa, y tiemblan todos tus cristales, y en un repente todo se te ilumina, para que acabes viendo claro que en realidad están lloviendo en otra parte, y tú con ese olor simple de la humedad, que te daría la vida.

Quizá persiguiendo la gran felicidad, llenas de impaciencia los vasos de tus días, pues sólo te vienen personas de llover cuatro gotas, que apenas te empañan las gafas, te estremecen la alegría, mas, por un momento al menos, frescor, ilusión y dicha en nuestra vida plana, y cualquier cosa que nos estorbe al pensamiento negro. Ama, ama antes de que con estudio recién emprendido, negocio por cerrar, sepamos que el brillo de los ojos nos pide un descanso más allá del fulgor, de la piel acalorada, del corazón que se tensa y el alma que enfebrece. Espera. Disfruta. Despide y agradece. Pues cualquier estación es buena antes de que la muerte nos salude desde un repentino apeadero.

Quizá no deberías secarte en el suspiro. Quizá podrías sentarte sin más y saber que la gente nunca escampa, pues a llover hemos venido.

A lo mejor con gente por la que no abrirías un paraguas, de pronto vienes a darte cuenta de que cada día te da a beber un poquito, y sin queja, sin ruido y sin cuento, te está refrescando los pies, y tú mientras, absorbido por otras penalidades, descubres en buena hora, cerca o lejos de tu casa, veneros de ríos que no buscaste, y que no podrás echar en olvido.


Jag.
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