4 de octubre de 2015

NUEVAMENTE


Las cosas les ocurren siempre a los demás, hasta que un día te ocurren a ti. Me quiero referir a las barbaridades y suertes incomprensibles que hacen que la gente que asiste suspire, y con resignación admita que la vida es así.

Muchos de entre quienes leen van a pensar que este comentario es de mi edad, y supongo que están en su derecho, que la verdad es una casa con muchas ventanas, y esa es a la que ellos se asoman, para ver desde fuera lo que hay dentro, o para ver desde dentro el trozo de calle que les toca fuera. La verdad es que este texto no tiene edad. Somos cada quién y cada cual los que con conciencia, en determinado momento, llegaremos a entender que nada más nacer crecemos y nos levantamos, con ayuda primera, y con decisión y con acierto, con equivocación nos hacemos un traje, un espíritu, una razón, nos hacemos valerosos y pedimos, nos dejamos hedonistas y clavamos banderas en la zona del conformarnos, sí, todo lo que quieras, la dura verdad, la mires desde una ventana temprana o desde una ciega atalaya, es que nos gastamos. Nos gastamos. La vida, a quien preguntes, le parecerá brevedad programada o sufrimiento que caduca, al fin, y para dudas y aclaraciones, dirigimos nuestras preguntas a Dios, con todos sus nombres, y ya nos puede llegar respuesta, ya, que de la factura del desvanecerse, ni teniendo el papel delante se libran, ni en el teatro ni en la vida, ni el actuante ni el apuntador. Llamadme cenizo, pero no lo digo yo solo, aquí se gasta hasta el gato, por muchas siete vidas a las que se aferre, en los manuales del Barroco se llama vánitas, en el flamenco es bulería por soleá.

Y fíjate tú, que me cunde la noche de tormenta en pajearme por mi decrepitud. Y me da por pensar si no será la memoria lo primero que se dará el trastazo en mi vida que renquea. La memoria, tú, que me mire una mano, la derecha o la tonta, la siniestra o la lista, da igual, que me la mire y no tenga siquiera la conciencia ni las palabras para reconocerla, para nombrarla como mía. La memoria, tú, la conciencia, oye. No puedo dejar de pensar, ahora que puedo, en semejante horror. Para qué querría entonces la sangre y el resuello sino para un vano mantenerme en pie, alimentándome porque me lo den, sin saber siquiera que para levantarme lo necesito. Para qué querría entonces el corazón si no lo siento ni lo tiento, para qué querría caminar sin camino, para qué querría suspirar sin anhelo. Sí, hoy, porque aún puedo, me ha dado por pensar que mi pensar, mi sentir incluso, un día se acabarán. Y pensando y sintiendo hoy enmedio del imaginarme en ese descacharrarse, he sentido, he pensado con toda la alegría y todo el dolor en tantas cosas que hoy, sin esfuerzo ni avería puedo pensar y sentir ufano como partes del llorar y del reír que le dan cuerpo a mi vida. Y podría lanzarme de cabeza, ahora que aún tengo luz, a señalarlas, a darles hoy a cada una su denuncia y su homenaje, a darles forma de queja o de satisfacción, en el intento patético de jugar a los dioses y dejar todo mi mundo consignado. Pero porque aún siento y pienso, he pensado y sentido que no, que hoy tengo toda esta vida y la amo. La lloro y la río y la amo. Y esforzarme hoy en dejar por escrito lo que puedo perder y añorar, es indigestarme por lo que no he comido, es hipotecar mi presente en buscar vacuna para la incurable dolencia que nos promete el futuro. Es de locos. No, es de tontos. Sentir y pensar se me ocurre que hoy son un privilegio que voy a usar sin mesura mientras buenamente pueda. Voy a sentir y a pensar con todo lo que soy, haciéndole todo el honor que pueda a la vida, aún habiendo imaginado la certidumbre fatal de que sentir y pensar son dones preciosos que se me van a ir por el sumidero. Y aún así, torpemente humano sí que soy, y me da por maltratarme minimamente en ese por si acaso. Me da por pensar y sentir necesarios testamentos mentales por si este debatirme coloca mis huesos y mi piel simplemente, en un devenir de ni sentir ni pensar, ni saborear ni padecer, dejado de pie sin postura, con los ojos abiertos sin mirada, dando pasos sin decisión en un mundo que se encuentra de pronto, por pura pena o humanidad, como obligado a sostenerme en la vida, como ofrecido a reeducarme en el simple aprender a pedir un vaso de agua, con el que prolongar hasta la venida de las tinieblas mi pura supervivencia en eso, en lo que me quede.

Ahora, todo chulo, puedo simplemente poner puntos y aparte. Decidir. Respirar. Relajarme. Huir de la fatalidad incluso, mientras pueda. Vivir mi vida, como he dicho en tantos párrafos. Y amarla. Amarla porque siento y puedo y porque tengo ese amor.

Y fíjate que ahora, con todo esto encima, por dentro y alrededor, fíjate que ahora me da por escribir lo que te amo. Y el amor no se escribe, pero me salen letras para toda tú, mientras te llevo conmigo a todas partes, sin haberte pedido permiso, todo el día desde que te conozco, pues me levanto cada mañana con una canción luminosa intemporal con tonadas de raíces profundas que se entrelazan dios qué locura. Y como las canciones que no se te van de la cabeza, ya puedes hacer cualquier cosa, todo el tiempo contigo, sin estar. Y me tocas, tú no te asustes. Y ahora que aún puedo, te pienso y te siento y no quiero ni pensar en toda esa vida que se pierde especulando acerca de funestos desenlaces. Te pienso, te siento y te amo naturalmente, y es sencillo: tú existes y yo tengo ese amor. Fíjate tú que escriba lo que escriba y tenga entre manos lo que tenga, a mí sólo se me ocurren ahora esos besos ilógicos que de mí recibes a las tantas. Todo lo repentinos e inexplicables que tú quieras, esos besos traducen torpes la vida mía que te piensa y siente, y yo espuma gazpacho colina de la hamburguesa perfume de arrebato licuado a mil por hora. En fin, amor, ya vas sabiendo que soy así, y peor.

Torpemente humano, si dedico una línea a sentir, a pensar en testamentos mentales, si alguna vez todo se precipita sin remedio, y el mundo, por lo que sea, se empeña en que sin sentir ni pensar yo tengo que mantenerme vivo, por favor, que alguien me salve la dignidad de ahora, la de entonces, y me reeduque en esto que te pienso y te siento. Quiero que me reeduquen hasta volver a ser el que soy ahora. Que me lleven a encontrame contigo por primera vez, nuevamente. Que me pongan a escuchar por primera vez, nuevamente, el “Dummy” de Portishead como mínimo. A eso y a ti os siento deseables en mi vida nueva. Si me mantienen vivo después de perder la memoria, el resuello del corazón, que por favor me reeduquen hasta parecerme a este que te ama.



Jag. Gràcia _4_oct_2015

No hay comentarios:

Publicar un comentario