25 de octubre de 2015

ES COMO UNA CARTA


Verás, yo no tengo temperatura moral para engañarte. Verás, yo sé que conocernos no es que vaya a allanarte el camino, conmigo dándote vueltas bandazos en el corazón. Con esto que medio nos sobreviene, entiendo que hay una cierta probabilidad de desequilibrio, improvisación e incluso sesiones aisladas de temblor no deseado y rechinar de dientes, incluso. No creo que de pronto a ti te vaya a ser todo más cómodo precisamente: con que me quieras de verdad al menos un tiempo puntual, localizado y suficiente, con que me quieras tan sólo una vez, yo me voy a acabar poniendo tonto y exigente, y tú qué quieres que te diga, yo me conozco y te digo que voy a ser como de otro siglo para estas cosas, que te advierto que soy campestre y primario como un paseíto de Thoreau, tú hazme caso en esto, que es casi seguro que voy a palidecer y berrear hasta descomponerme si después de quererme, de pronto un día te me pones a mirar a otro. Date cuenta de que te estoy escribiendo poemas desde que te conozco, y no salgo de eso, oye, y eso, si te fijas, tanto para ti como para mí acaba casi resultando tiránico, a la par que patético, no sé si a ti te lo parece.

Muchos besos, y todo el amor, ciertamente, pero no tengo alma para barrer para mi terreno en esto, pues todo esto no es más que puro egoísmo, no tengo el valor de ocultártelo ni te lo voy a maquillar como si yo fuera una gloria que el Altísimo ha puesto en tu camino para salvarte. Sencillamente, te amo porque quiero para mí lo mejor que he encontrado, y de paso que le den porculo a todos los cantantes melódicos italianos de los setenta, sí, quiero lo mejor que he encontrado, menudo secreto, y la verdad me la suda y no entro en la dialéctica de si he hecho por merecerlo. La verdad es que te amo y que reviente el mundo. Te amo por las buenas y por las malas, por las duras y por las maduras, por la cal y por la arena. Lo mejor para todos sería que amarte, a ti te viniera bien, porque yo no voy a obligarte a nada, claro, pero niña, sabe que quererte, al fin y al cabo, si te fijas en qué es, sólo es regalo en la medida en que lo interpretes como tal. En rigor, y dejándolo todo en mi plano personal, yo te pienso tan simplemente el nombre, la ternura arrebatada que tienes ahí como reprimida, esa especie como de necesidad espartana que se te escapa en la atención que algunas veces me pones, y a mí no se me ocurre mejor inspiración que echarme amorosamente encima de vos como se acomoda la llama sobre la madera recién astillada, que al tiempo que la ama la consume, a mí no se me ocurre otra que crepitarte hasta comerme todo lo comestible, manteniéndote en vela y suspirándome hasta los últimos cinco minutos antes de morirme. Ese es el único plan que se le ocurre a mi pobre cabecita, derrocharme como una ola inconmensurable que explota en lo que me tengas, y ya está.

Ya está. Yo quiero que vayamos de la mano. Yo quiero desnudarte y vestirte de besos, y en fin, todo el lógico trasnochado bagaje romántico/lúbrico que suele caber en un poema, pero es que no te estoy hablando de literatura, amor, a ver cuándo te enteras. Yo quiero estar sentado a tu lado, sí, pero no quiero que me vivas tranquila. Quiero que nos construyamos consumiéndonos, que nos desaparezcamos mutuamente a mordiscos, que echemos de menos el arrullo reparador y perdamos el sueño. Yo quiero sentarme contigo a tu lado, y que me mires y sepas que la vida tuya y mía es una comida que hemos dejado en el fuego, que hay que tenerle al menos medio ojo puesto, que sí, que podemos hacer hambre mientras llega a su punto lo que nos promete, pero cuidado con que no se nos queme, cuidado con no enfriarse, pues vamos a morirnos en vida si nos descuidamos y nos perdemos.

Así que ya ves el cuadro que te dejo, querida. Yo sólo quiero comerte la piel, la de dentro y la de fuera, y que sigas entera, queriéndote más a ti misma, y que me pienses y te pongas nerviosa. Necesito que me pidas a voces. Que te pongas bruta y posesiva y pongas los ovarios encima de la mesa para tocarme un pelo de la ropa. Quiero que me hables hasta que me duela la cabeza, quiero que te me pongas intensa y exhaustiva. Quiero que me riegues hasta que me ahogue, que me marques a fuego y que lleves el dictado de la circulación de mi sangre. Sólo quiero ser yo, y quiero ser tuyo. Que a veces me sobredimensiones y admires ciertas cosas lo acepto, igual que en su momento admití el ahogo y sostuve mi ansiedad por tu sensibilidad y tu grandeza. Pero a mí lo único que me importa es que te hagan gracia mis chistes, que mi comentario te aporte y nos compenetre, que mi presencia te acompañe, mi pensamiento te encienda y que te enloquezcan mis olores. Quiero que me vivas con el corazón en punta y el culo apretado. Quiero que construyamos amor en sencillez, quiero que arrinconemos con nuestro deseo a la decepción y le quitemos la mierda y la piel muerta a los tontos romanticismos.

Arde y estalla y bébete mis textos, Amora, pero a mí no me conviertas en literatura. El que te escribe es un hombre normal. Bajuno, egoísta, bueno y luminoso. Un hombre simple, que se muere por hacer contigo a medias un gusto inexplicable. Ten fe en las cosas imposibles que están en nuestras manos.

Vamos juntos hacia el amor, Amora. Vamos hacia él, que tú y yo lo tenemos. Vamos a él, que en él ya estamos. Esa es la lógica de las respuestas que no necesitan pregunta, la lógica del amor, de ese sabio sentido común que enloqueciéndonos nos acuerda. Ese desatino consecuente es lo único que nos va a mantener a ti y a mí hermosos y dignos, nos va a mantener guerreros y exigentes, agarrados con fuerza a las ganas de vivir hasta el último minuto en este mundo mezquino y cruel.

Jag._25_oct_2015


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