22 de junio de 2015

Aunque estoy al sol,

imaginar
un escalón de piedra, que se prolonga,
perdiéndose en la garganta de un sótano, las chicas pasan,
vestidas de más, para el tiempo que hace
en mi alma, pero
imaginar
lo más hondo de esa caverna inmunda,
con cajas amontonadas celebrando
la perversión de lo húmedo, refiriéndome
a lo que enmohece, no a los dedos
que te quieren explorar, refiriéndome
a lo que pudre sin remedio, no a la lengua
que se muere por sacarte zumo
de la arista,
de la planicie animal,
de la hondura que explota, pedernal
y estremecimiento. Amor. Amor sin contorno.
Amor y rabia de crío contenido. Lengua
de ansia por tu boca en la distancia, saliva mía
que se sienta a la sombra esperando
tu mirada, puesta de mi parte, saliva de hombre
que se ahoga por tu respiración entrecortada.
No gracias, no sebesa amigo. Los pájaros
no dejan de cumplir sus naturalezas. Verdaderas
hordas en bicicleta. La verdad
es que escribo por aclararme, y encuentro
las cosas más lejanas que distantes.
Y eludiendo pensarte
acepto faltitas
que tengo
de zumo esencial, y acaba
metiéndose en mi terreno
una molesta carcajada, que siento
me desvía
de tu olor,
de tu voz verdadera.
Del sabor que guardas
en el cuarto de los invitados.
Lo quiero,
fatalmente.
Lo suspiro,
en mi tontura.
Lo sonrío,
tan irreal.
Lo venero,
tan cobarde.
Me lo como
y lo regurgito
en soledad.
Y paro.
Paro ya, a fin de cuentas,
en amores que adolecen
de sudores, en amores
ingenuos que sólo usan la boca
para morder con letra,
lo único que importa
es que tú digas,
cuando yo no estoy delante,
que ésto
tiene un buen final.




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