5 de mayo de 2015

EL ABRAZO IMPUNE

No puedo culparte
por los equívocos en los que caí
mientras me dabas aquel abrazo.

No puedo culparte
de haberme yo lanzado
a saber que sí,
a saber que por fin,
a saber que eres tú, que
ya me has llegado.

No puedo culparte,
por entregar nuestros silencios
a esa fuerza ciega
que nos consume en entusiasmo.

No puedo culparte,
que el abrazo
lo hacemos los dos. No tienes la culpa
del vértigo el temblor
los miedos que nos celebran
las dudas que nos corroen.

No puedo culparte
por fundirnos desde los pies,
forzar nuestros pechos
en un solo espacio, explorarnos
la espalda, besarnos
los hombros, olernos
el cuello, las intenciones
veladas, los latentes
impedimentos que ponen
mano en la boca
piedra en el alma, no puedo.

No, no puedo culparte
de decirnos la vida
en susurros inaudibles ese día,
y que hoy nos duelan los brazos.

No puedo culparte, pues
yo solo me he lanzado
a decir que te quiero, y era mía
el alma la escalera,
corazón chivoloco temerario,
trampolín y tu aire fresco,
desorientado y precioso
en la amplitud de mi salto.

No puedo culparte, pues,
de entender y saber que
eres más que una sorpresa,
no puedo culpar
tu respuesta veloz inocente
que soy más que un regalo.

No puedo culparte, no puedo,
de acariciarte la cara en la calle
y que me cubras de besos
la mano.

A quién culpamos entonces
de que encuentre medicinas
en tu olor, de que andemos
así de apretados y te diga
cuidado niña, nos caemos,
ojo con el cierre
antes del balcón al Atlántico,
mira que no pasamos la cortina
que nos golpeamos con los muebles
y te quiero te quiero
y ya está, y figúrate que ésto
es primohermano del innombrable,
ahora que estamos
a punto de separarnos.

No puedo, decididamente
no puedo culparte siendo yo
el que andaba tapándote
los pies desnudos
sin saber qué estás soñando.

Tú no tienes la culpa
de que ande pendiente
de tu tos y tu resuello,
de que huela en secreto
la manga de tu brazo en pijama,
de soñarte desnuda enmedio
de un trigal
y echar puñados de papayas maduras
que revientan en tus campos,
y abrir los ojos, saber
que no está mal que es precioso
despertar a tu lado.

Y te has estado riendo
el tiempo interminable
de nuestro abrazo,
y ni tú ni yo tenemos la culpa
ni hemos echado cuentas
de que la vida real se nos precipita,
con sus deberes,
con sus soledades y cansancios.

Tampoco es culpa de tu boca,
que deja escapar un hogar,
con una cama tuya
en la que me dejas espacio.

No puedo culparte, a estas alturas,
de que ahora no me encuentres las palabras,
y enmedio de este silencio descarnado,
no puedo dejar de ver
cuánta belleza irresistible y pura,
cuánto fin definitivo
de nuestros tiempos duros, oscuros,
se nos escapa
por las piernas abajo.

Y ahora somos dos cuerpos,
dos alientos emancipados,
y una alegría sencilla
se ha tomado un descanso, aunque
sigo haciendo sitio
a las llanuras colinas humedales
de tu cuerpo, a mi lado.

A nadie puedo culpar, en fin,
de poner toda la fe
de poner todo el saber
en construir una casa
para los besos que no nos hemos dado.

No puedo.
No puedo culparte, amor.

No es de culpas este poema.

Ni con culpas
ni con equívocos
voy a hacer lo que amo.



Jag. Grácia_5_Mayo_2015


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