5 de febrero de 2015

La vida te la sirven tibia,

para mantenerte en tu sitio, es decir, en el sitio que ellos tienen para ti, es decir, desganado, acomodado, conforme. Pero la vida es UNA, y no me canso de decirlo, porque como cada momento es único, y lo que sientes y dices, pues como que se está actualizando, pues nunca me estoy repitiendo, en realidad. Las palabras pueden seguir siendo las mismas, pues somos más que nada unos pobres y limitados bichos moldeados por nuestras propias convenciones. Pero no nos engañemos. Todo es intensidad.

Y con intensidad y constancia nos deslizan su tibieza, fíjate. Nos dejan caer en la certeza de que lo normal es "normal", es decir, sujeto a costumbre, cómodo, a medida, en fin, mediocre. Para mantenernos en lo que viene siendo un cero grados, ni frío ni calor, y que acabemos construyendo dentro de esos márgenes nuestro sentido de la vida, del amor, de la dignidad y de la felicidad que merecemos.

Pero si la vida es UNA, y se nos escapa, ¿quién puede permitirse titubeos? ¿quién puede vivir esperando sin saber qué y avanzar ciegamente hacia no se sabe cuándo? Nadie.

No hay nada más intenso que el simple vivir. Lo normal es irrepetible, y que no nos diluyan la palabra. Que no nos la desbraven ni nos la amaestren.

Beuys decía que todo hombre (y mujer), con conciencia, es un artista. Creo que se quedó corto. Creo que toda mujer y todo hombre, con conciencia, son esa mujer y ese hombre, pero sabiendo cada cual que no hay nada más profundo, extenso y maravilloso que pedirle a la vida. Nuestra normalidad.

Da igual que hagas cruasanes, esculturas de mármol.

Da igual que le eches pulsos a la enfermedad, que friegues suelos.

Dan igual tus himnos o tus pedos.

Recupera, dentro de todo eso, la grandeza y la maravilla que te corresponde.

Disfruta tu normalidad.




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