11 de enero de 2014

ÉL

No dejo de pensar que, visto desde cierta óptica, me estabas esperando. Que algo hermoso a lo que yo podía asomarme, tenías escondido en lo profundo.

Soy el último interesado en dignificar con falsos ropajes las cosas que me dan la vida. Es por ese intento por observarlas en una medida justa que no te veo desde la alevosía, aunque tampoco desde el puro azar. Ahora se me ocurre que sólo querías preguntar y guardar la ropa, igual tu actitud era el resultado de un descuido, de una laxitud inocente, y realmente no contemplabas la posibilidad de que a mí me superase la belleza de tu callada quietud ahí mismo, a apenas dos pasos del sincero interés o del puro atrevimiento.

La cosa es que te encontré de pie, inmóvil, en aquel lugar tan poco adecuado a la conspiración romántica, te pregunté algo que no recuerdo, y por respuesta sólo obtuve una sonrisa callada. Así que ahora no sé de qué parte de ti o de mí mismo viene ese sentirte tan bonita y frágil allá, al lado de la nevera de los helados, sonriendo sin plan y temblando sin frío. De tan rápido, a veces todo pasa casi instantáneo, y para mí no fue empezar a pensar un quizás cuando ya me vi catapultado hacia el deseo, abierto a lo que fuésemos imaginando. No sé a ciencia cierta de dónde vino esa urgencia, la necesidad de que yo diese un paso de más y tú uno de menos para que te alcanzase en aquella baldosa fría y me pusiese, con devoción, a recogerte uno a uno los besos que se te estaban derramando de la boca, que me estabas poniendo el suelo perdido de amor inesperado, niña.

¡Ay, qué alegría!
¡Ay, qué desgracia!

El amor llamando a tu puerta cuando ya ha entrado hasta la cocina,
y tú diciendo con esas botas,
con esos modos,
con esos harapos.

¡Aguanta, corazón, no me tiembles entre paredes de gotelé y azulejo sevillano!
Olvida los quereres de fritanga y abandona los palacios de aglomerado.

Entrégate.
Entrégate ahora mismo,
pobomm, pobomm,
ábreme la compuertas de la sangre y vámonos,
vámonos por ahí lejos a dibujarnos abrazos.

La vida iba básicamente así, linda, placentera, mientras conversábamos a mano. Y aunque el amor no se siente extraño en ningún acuerdo, aunque no se detiene ante las minucias del decorado, todos sabemos que es una planta muy suya, que viene cargada de frutos para probarnos. Y estábamos así, sin trabas ni preguntas, con las manos en caricia, con los pies dulcemente encajados, cuando noto que con los aires lindos que te salen del cuerpo, viene el nombre de él.

Sí, él. ÉL, cómo podría llamarlo, el corazón que no siente, ese dolor necesario. Todo iba tan bonito, tan tenso e inspirado, que no supe ver sino la impertinencia del que, aunque viva mínimamente en ti, entraba en nuestro momento sin haber sido invitado. Y qué quieres que te diga, tan bien que me sentía con el sentido común relajado, no esperes de mí hospitalidad, pues sólo tú tienes por costumbre su visita, en el recuerdo o en el acto, y aunque haga ingentes esfuerzos, créeme, por mantenerme en la senda de las formas, bajo la luz que me impone esta situación, yo no puedo dejar de pensar:

-¿Qué pinta éste en el centro de nuestros besos, metiendo la nariz en nuestro abrazo?

Supongo que, razonablemente, debería calmarme y atender las razones del sabio. Ése que, dando vueltas y vueltas, mirando al infinito cielo estrellado, nos trajo la certeza de que el Hombre es un universo en chiquitito, y el Universo es sólo el Hombre disgregado. Supongo que sólo tengo que calmarme y pensar que ÉL es una parte de mí que a ti ya ha llegado. Supongo que debería disfrutar, pues, de lo que ya tengo sembrado en ti, y no sufrir por los hilos sueltos que te dejo, no sentir que los desperdicié, ni ambicionar lo que el otro te está recolectando.

El caso es que de repente, como traicionando la dulce inercia del beso, veo que te me separas un tanto para decirme:

-Dime que esto no ha pasado.

Y yo iba a responderte, aunque viese con claridad que no era el momento de ponernos a evaluar los placeres ni los daños. Pues tanto dime y dime, y antes de que consiguiera abrir la boca en tu defensa, ya estabas otra vez aferrada a mi camisa para subirte a mis labios.Y digo yo: así no hay quién piense con claridad, pues dime tú, amor, qué te digo que no sea que eso que encontramos y de pronto te horroriza, eso todavía está pasando.

Y enmedio de un beso que no acaba, qué quieres que te diga. Yo no vine a resolver tus dudas, ni a parchear con caricias lo que sea que echas de menos en tus caldos. A mí qué me dices, no le pongas culpas ni cadenas a mi gusto por explorarte, niña. Te encuentro y me quedo a vivir en ti, y mientras pueda, sostendré la mirada a tus dudas, irresponsabilidades, azares, impedimentos o atascos. De ti no me echa ni un juez, que fuera graniza mierda, tontura y asco. Si mis ansias o aceleros te vienen grandes, respira, date tiempo, toma agua, espacio, y confía en mi. Yo te veo tesoros a los que por rutina o descuido les estaba haciendo falta un abrillantado.

Sé que ÉL planea sobre todo esto como un cielo plomizo de Mayo. En cualquier momento podría descargar en furia, pagarla con tus flores y dejarme alimentando charcos. Sé que no es inteligente mi actitud, pero observa mujer, que no hay azafatas de amor en el pasillo del supermercado, dándote a probar pinchitos, hasta que encuentres, ufano y goloso, el que va a rellenar la copa del deseo y acaba colmando tu agrado. No, no las hay.

Si para mi desgracia ocurre que su recuerdo o tus culpas son más fuertes en ti que un amor de mi talla, ofrecido en esplendor a tu lado, yo no voy a dejar de preguntarme para qué, niña, para qué me preguntaste quién eres ¿Para escapar a esconderte mientras te estoy contestando?

Deja de pensar como si te juzgara. Deja de decir lo que tú misma te quieres oir. Dame un beso y demos un volantazo a la rectitud de tu ciclo kármico. Ven, amor, aunque vengas con ÉL. Bórrate el pintalabios de timidez y desnuda tu arrebato. Ven, que no juzgo tus dudas y comprendo tus parapetos, mas, vigila la dignidad de tus defensas mientras me dices vete, pues fíjate que mientras, me sigues mirando con ganas, manteniendo encendidos tus abrazos.

En realidad, no tienes que echarme cuenta, pero no ignores lo que te digan de mí las yemas de tus dedos ni lo que te he dejado escrito en la dulce mucosa de tus labios. Con esa atención tuya, puesta en la lógica del arrebato, yo no dejo de pensar que entonces sí, entonces tendrías la bondad o la suerte de construir conmigo un refugio de amor improvisado. Te prometo que haré lo posible por mantener la premura y la ansiedad propia de los amores en sus inicios, en los que nadie se atreve a abandonar el lecho. A lo sumo, acompasar el resuello, levantarte a hacer un pipi, comer un aguacate, y volver rapidito a compartir la horizontal, no vaya a ser que se enfríe ese incendio que nos consume y alimenta, ese que tú y yo solitos hemos iniciado.



Coín, 27_12_2013


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