13 de octubre de 2013

POEMAS

Ahora –con el pelo aún mojado- leo poemas.

He preparado un montón con mis libros preferidos, y con los pies descalzos me siento en una habitación silenciosa.

Abro libros viejos y queridos, también libros nuevos y anhelados largamente, y hago garabatos en decenas de fotocopias que había olvidado –fotocopias de poemas-.

Estoy cansado, me siento limpio, pero no hay mucho que me impulse a dar saltos de alegría. Incluso diría que me estoy cansando de los poemas.

El único que ahora entiendo es uno en el que tú y yo estamos abrazados, desnudos y de rodillas.

No importa si uno de los dos está incómodo. O llorando.


.

Está lloviendo. Fuerte.

He estado toda la tarde en tu casa. De vez en cuando te tocaba el codo con un dedo. O los rizos con disimulo. También te he visto hablando con tus amigas de otras amigas. Te miraba los labios moviéndose y descubriendo los dientes y la punta de la lengua. Bebías té con leche. Comías un croissant. Te deseaba.

Después he mirado distraído el mobiliario. Tú estabas sentada en un sillón con tapicería floreada, yo en la esquina de un sofá de pana verde, apoyado en su brazo, que me parecía demasiado brusco para estar mirándote los labios. Un poco de dureza en la tarde tranquila.

Cada vez que decías algo, imaginaba que yo estaba a dos centímetros delante de ti, recibiendo el poquito de aire que sueltas al hablar. Imaginaba un sitio cerrado y umbrío donde dormíamos solos el uno al lado del otro. Y yo con un ojo un poco abierto y pegándome un poco más para que no se me escape nada, para respirarme todo el aire que sueltas al dormir. Entonces alguien pedía de pronto la mermelada, o soltaba bruscamente una cucharilla, y yo volvía a tu casa. Miraba el palmo que separaba mi sofá de tu sillón, y veía un océano entre nosotros. No podía dejar de pensar en tus labios respirando lejos de mi.

Ahora es de noche. Estoy solo y llueve muy fuerte. Mi cama es cómoda y cálida. He puesto varios cojines en mi espalda. Nada me es incómodo, nada puede dolerme. Pero la distancia entre el brazo de mi sofá y el respaldo de tu sillón se ha abierto. Ahora me tapo y te escribo, porque ahora estaría bien que pudiese tocarte el codo con un dedo. O los rizos con disimulo.


.

Ahora mismo,

mientras paseo acariciándote el meñique, en alguna cuneta del mundo están apuntado a un hombre.

Mientras te miro con el rabillo del ojo –intentando hacerme una idea aproximada de tu ternura- y me lleno con la frescura del viento, a este hombre –que está sintiendo con la cara el pulso de la tierra- le han dado dos tiros y se desangra.

Mientras paseo dándote un beso en la mejilla o en un hombro, pienso que en este momento sólo podría morir de mal amor, o de mentira, o de soledad renovada. Nunca he visto a ese hombre, probablemente no lo echaré de menos si algún día me hablan de su muerte, pero mirándote siento que algo me une a él.

Ahora mismo, este hombre y yo –que paseo contigo- estamos sacándole un jugo especial a la vida.


.