1 de mayo de 2013

TENGO UN COLEGA

que me cuenta como suyas algunas historias que yo le había contado antes. No discrimina: lo mismo me abruma con datos que yo conocí en su tiempo, con anécdotas que viví yo mismo (y me las presenta con decorado y personajes nuevos), con observaciones que yo observé y con gracias que yo tuve.

Igual que sé que ciertos trabajos y honores importantes, elevados, se consiguen dominando el francés, sé también que la amistad, eso que conceptuaron los clásicos y enaltecimos los solitarios, la amistad, que es como la compañía, con más calor, más roce y compromiso, pues la amistad, sé que a veces sobrevive por tu mano izquierda. Suena penoso, pero es así. Estas cosas, a mi colega, se las suelo pasar siempre. A ver, me siento fatal con la posibilidad de ensuciar un vínculo: si mi colega quiere tener su momento de gloria conmigo, yo no lo voy a cortar y decirle:

-¡Ei, ei, que eso te lo conté yo mismo!

Yo lo dejo. Yo lo dejo seguir con normalidad, aunque, como ya me sé el cuento, mientras finjo interés, tengo todo el tiempo del mundo para pensar en qué momento empezará a palidecer el brillo de nuestra amistad sincera, si cuando perdonas constantemente un despiste, si cuando empiezas a oler a alevosía, si cuando empiezas a valorar estúpido ese tiempo repetido que un colega te obliga a tragar, etc, etc.

De todas maneras, me suelo apaciguar sobre la marcha, en silencio, pensando que a peores batallas he sobrevivido. Lo que peor llevo, aparte del silencio en una conversación, es que, admitiendo su autoría suplantada, alevosa o inconsciente, le estoy dando pie a que, cada cierto tiempo, como más de una vez me ha ocurrido, me venga repitiendo la misma cantinela, la misma observación genial con ridículos aspavientos de agudeza, que además de repetidos, son de segunda mano.

¿Cómo se acaba, cómo evoluciona esta tonta situación, me pregunto? Si he admitido que incorpore cosas mías a su repertorio ¿cómo no admitir que me las venga suministrando cada cierto tiempo?

Así, ya ves, la situación, por mi parte, es lamentable: escuchar una y otra vez mis comentarios fotocopiados. Comentarios que se usan como chispas de elocuencia en tardes aburridas, aunque en su momento original, a mí, se me escaparon, en realidad, como chorradas sin importancia en un tiempo en que entre dos amigos aún podíamos permitirnos disfrutar de una conversación despreocupada.

Mientras sonrío lánguidamente, asintiendo con la cabeza en silencio, voy lamentando que, para algunas amistades, no se me acabe de una vez esta estúpida condescendencia.


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