23 de febrero de 2013

UN PERFIL SILENCIOSO.


Te has acabado poniendo delante de lo que yo creía o pensaba. Delante de lo que amaba. Pero ¿cómo te mido? ¿con qué referencia o dimensión puedo aproximarme a saber lo que eres, si unas veces tu presencia, otras veces tu sombra, se ponen ante mis ojos, ante mi corazón, llenándolo todo? Algunas veces pienso que lo haces sin intención, otras veces que sin inteligencia ni método en la emoción, pero, igualmente, te paras enmedio de mi mundo, mirándolo con una sonrisa, y acabas impregnándolo todo con tu perfume.

De nada sirve la extensión que pueda abarcar con mis ojos, de nada sirve el brío ni el freno de mi torpe corazón intentando saber, absorto, en qué me muevo contigo. ¿Es culpa tuya? ¿Mía? ¿Es no más que un rastro de las circunstancias? No sé nada, y al cosmos no parece importarle.

Anoche soñé con tu sonrisa sencilla. No había destino ni pretensiones. Sólo tu cara floreciendo en lozanía, y unos ojos pillos, como disimulando el poder que guardas. Y tus gestos, en la bruma del sueño, se mezclaban en mil rostros bellos que me habían amado, a su manera, cada cual en su momento. Recorrí laberintos inaprensibles, y se veían magníficos desde mi excitación o en mi ceguera. Todo el camino, en mi sueño, lo hice feliz y balbuciendo, hasta que una oscuridad lechosa empezó a abrirme, a quitarme velos perniciosos, a limpiarme dudas y clarificarme destinos. Todas las caras que me han sonreído, todas las caricias que, a lo largo de mi tonto aprendizaje, improvisé en cuerpos que se me desganaban, en abrazos que iban perdiendo, sin remedio, la convicción, la razón o las fuerzas, todos los ojos que pensaron, en su momento, que mi aporte prometía, que mi corazón era digno, que mi aliento era precioso, que mi abrazo era acogedor, todas, todas esas caras estaban juntas al mismo tiempo en la tuya. Y todas sumaban tu sonrisa, en mi sueño. Me estabas abriendo puertas insospechadas. A mí, que había dejado de llamar. A mí, que sólo disponía de cansadas esperanzas sin iniciativa. A mí, que había agotado las provisiones. A mí, que había gastado los zapatos sin saber a dónde iba. Tu sonrisa era la casa, el campo con sus pájaros arrancando briznas de hierba seca para hacer sus nidos, tu sonrisa era el árbol, sus frutos, y dentro de cada fruto, un pequeño corazón con su latir más audaz. Todo era sereno, en mi sueño, que te celebraba. Desperté dichoso, sabiendo que no te encontraré en un buscar, sabiendo que acabarás viniendo sola, por tu pie, a los jardines de mis empeños. Mientras encontraba el momento de levantarme, lamenté no tener un aroma que impregnara el universo y te llamara. Lamenté no saber el número de todos los teléfonos ni la flecha de todos tus vientos. Desayuné sonriendo, haciéndote un sitio mudo, a mi lado, intentando dejar a tu alcance mi parte más leal, mi perspectiva más serena.

Luego el día se fue complicando, a pesar de las apuestas ganadoras que guardaba en el corazón, cuando me eché a la calle. Todo empezó a parecerme un placebo absurdo. Y volví a comprobar lo perdido que estoy, mientras estás mirando, amorosamente, para otro lado. Contigo, y también sin ti, tengo rota la vasija de medir los litros, el termómetro de las temperaturas aconsejables y la vara de los metros posibles. Contigo, sin ti, he perdido referencias de la razón de cada profundidad, del dolor que conlleva cada hondo compromiso. Brújula, objetivo. La certeza del tino de los labios. La seguridad del pie midiendo el paso.

Todo me derrota a veces, y temo la hora del fin de las imágenes poéticas. Sigo en la ansiedad, estrujándome las ropas, comiéndome las mejillas por dentro mientras te veo, aunque invisible y ausente, plantada en el centro de mi vida, a tu callada manera, con tu presencia plúmbea, con tu gobierno inclemente, reclamando lugar en la casa que me has construido. Vienes sin llave, a mi pesar.

Despierto varias veces después de mi tonto despertar, y sé que puede que no sirvan las calles ni los alientos que he recorrido, sé qué nada sirve para que sepa qué quiero ni cómo llamar a esto en lo que me encuentro, solo, contigo. Y siempre, a cada despertar, me martillea la infame sensación de que no despertaré del todo, de que no he hecho por merecer unos ojos completamente abiertos, y me pierdo en mi claridad inventada, y me dedico a llenar hojas sucias con toda esa ignorancia y desolación, con todo ese infructuoso temblor de espíritu.

El texto avanza como yo, acumulando tipos, columnas y líneas, sólo por aplazar el hastío, por entretener los requerimientos de la desesperanza, y ni él ni yo sabemos a qué atenernos, y ni él ni yo sabemos adónde vamos.

No hay consuelo. No hay monte ni prado ni matorral digno de cobijar mi deseo. No hay valle salado que me cure como el tuyo. Se me están olvidando las preguntas que iluminaban, aunque pobremente, mi salida de la desorientación. He dejado de creer en la ciencia borrosa que une sin vínculo, que hace volar sin aire. La que me hace sentir encajando perfecto en la forma en que, ahuecándote, me abrazas.


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