8 de diciembre de 2012

NIDOS EN LOS NOGALES


Tú, que tan ajena  a mis debates escondes aires salados tras el mostrador, y con dulzura inocente me dejas ver un poco de la blancura deliciosa del pan de tu dentista, sonriendo, y me enseñoreas el chip con la voz suave, tú, que me llevas dos días faltando al trabajo, que me has puesto a afeitar antes de tiempo, que has hecho que me duche dos, tres veces en un día y has hecho, además, que insista más que otros días en zonas que no se ven y que no creo que en realidad huelan tanto, tú, hermosa y diligente, pidiendo perdón por lo que no debieras, tan sólo con el simple gesto de mover los dedos de una mano en un fichero minúsculo, las pupilas de los ojos recorriendo una pantalla invisible para mí, tú, que con el simple murmurar de tu aliento casi introspectivo me enviaste a mí, o en mi dirección al menos, tu poquita de brisa de la mañana mientras yo, pobre de mí, estaba aún por recuperar el resuello de veintidós o veintitrés escalones por planta, y en el desatarse de mi batalla de fogonazos y pálpitos y persecuciones y expediciones a la caza de señales verdaderas, o al menos veraces, convincentes, yo, patético unas veces, indefenso la mayoría, dudé si escuché que me decías “Dios” o “diez”, que da igual, créeme, en este contexto, pues para el caso a mí me sonaba a “unidad”, ¡la unidad, figúrate! Ambos frente a frente, separados apenas por un triste mueble de aglomerado, tú, que haces estas cosas en horario laboral, aunque no estén contempladas en las negociaciones del convenio colectivo, tú, digo, conseguirías de mí, intuyo, hazañas de héroe anónimo que no desmerecerían en páginas de épica cotidiana.

Eso era. Que lo sepas. Date por advertida y tírate el detalle de poner en frascos dosificadores la bondad de tus efluvios e inciertas ensoñaciones, divina roedora de mis entrañas. Tenme, en lo que puedas, un poco de justa clemencia, no vaya a ser que un día me encuentres por la calle, henchido de amor iluso, y sin disimulo, y delante de gente que conozcas empiece a mirarte con cara-de-cuánta-ropa-me-llevas-siempre-de-más-corazón. Mientras los elementos me dejen un margen, siempre mantengo en niveles aceptables mi caballerosidad, mas, te lo advierto, si no te comportas, vas a saber cierto el día menos pensado que sí, que yo plantaría ginkgos por ti, que reordenaría filas enteras de sauces o abedules a tu elección, que subiría encantado a buscarte nidos a los nogales, que blanquearía los naranjos bravíos por ti. Sólo lo tendrían que desear los labios de tu boca, y mis muros de piedras acumuladas en años de falsas alarmas y vergonzosas reorganizaciones vitales tras la decepción, se vendrían abajo en jubiloso estrépito. Y verías mi parte blanca, mi aroma oculto, mi más dulce y deseable afán latente.

Por eso, deja pasar los ríos, deja la flor de tu cerezo temblando en la bonanza del viento cálido, mientras la hierba alta ondea colina arriba.


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2 comentarios:

  1. Precioso relato. Leerte es como hablar con un amigo. Gracias por compartir tu talento.

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    1. Muchas gracias por la lectura, Jaime.
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      "Hablar con un amigo" es una crítica muy alentadora!

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