11 de noviembre de 2012

Mil hojas.

¿Sería una catástrofe ver las cosas poniendo en un segundo plano el enamoramiento, la desazón, el descontrol de las emociones, y priorizando el cambio por el cambio? ¿Sería lícito, sería aconsejable el provocar los desenlaces, el tener ese cambio como fin último? Seguramente, y sería lo más sensato no hacerse preguntas –o dejarlas preguntadas como al aire, sin considerar una espera mínima por sus respuestas- en este estado de empantanamiento mental/emocional en que me veo. Quizá lo más sensato sea dejarlo todo correr, una vez más, si es que, como mis escasas fuerzas revelan, no encuentro la bravura del amor. Mejor estarme callado y sentado en esa penumbra mediocre que es la indecisión, pues, ¿por qué con sólo pensarte me vienen a la boca no más que dudas y preguntas? ¿Por qué sólo me veo moviendo miedo en esta especie de apuesta cobarde? ¿Qué me está engañando, qué me está mediatizando, limitándome la apertura de la boca y el ímpetu del corazón? ¿Se me están tambaleando los cimientos sobre los que yo montaba ese artificio esplendente que acabé llamando amor?

Tengo que parar de hacerme estúpidas preguntas en este estado. Sólo conseguiré enmerdar mis partes limpias. Lo inteligente es fabricar o esperar a la energía que me ayudará a salir de mi obstinado lado melancólico, y ver las cosas en una dimensión más justa. Quizá más desapasionada y aburrida, pero puede que más real. Sobre todo porque, con tomar una cierta distancia de mí mismo, me oigo y no me reconozco. No me admito. Porque,  ¿a qué decir de mi amor, que es mi parte más grande, que es mi más profundo don como un “artificio esplendente”? No quiero ponerme de parte del desaliento. No es justo desperdiciar en banalidades y absurdas quejas los momentos preciosos que nos ha regalado la vida. Sentirte vivo es aprovechar tu tiempo. Y tienes que encontrar virtud e impulso para merecerlo. Vienes a la vida a criar cuerpo, agrandar los pulmones y ensanchar el corazón. Vienes a encontrar la máxima elasticidad de los tendones y a estirar las articulaciones de la emoción. Vives para tomar conciencia de tu libertad y para ganártela. Fuera de eso, todo el sentido que pongas a tu existir es engaño y desazón. Si mi alma resbala hacia la negrura, es mejor callar y construir tiempos mejores. En silencio, con paciencia y humildad. Y no malgastar. No ensuciar la vida de los demás, ni pasar de largo la tuya.

Siento que no tengo derecho, por mi escasa energía de hoy, a ponerte entre paréntesis, como si una remota posibilidad de tu amor fuera algo sin valor. No tengo derecho a ponerte en duda, por mirarte desde las mías, no tengo derecho a menospreciar mi valor  ni mi cobardía, pues son un estado momentáneo y, en realidad, no definen adecuadamente el tamaño ni el alcance de mi fe. Si te he empezado a amar desde la pregunta ¿qué derecho tengo, bobo irresponsable, para, por falta de aliento puntual, rebajar la calidad del amor, juzgándolo desde las estrechas miras de las respuestas?

Las preguntas se echan al aire, y se van amplificando, abriéndose al horizonte, como gases flexibles y conformados en la apertura y en la mezcla. Las preguntas, como los amores, tienen su sentido en la expansión, en el crecer. Lo que uno llama respuesta no es más que una cata puntual de esas expansiones. Son pequeños refugios, descansos que nos inventamos, que sólo ilustran un punto, un momento. Las respuestas son claudicaciones ante el movimiento perpetuo del todo.

Tengo que dejar de atormentarme en el temor a que no comprendas mis debilidades, y acabes perdiendo la paciencia por la parte más humana de mi cansancio.



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