28 de octubre de 2012

Malapipa y Gestión del Rechazo.

No tenían intención de entablar conversación, pues parece que ambos, a veces, habían dejado la comunicación, la real, la profunda, en la estantería de los imposibles. No contrastaron nada entre ellos, y por tanto, ni encontraron puntos de acuerdo ni zonas de discrepancia. Yo creo que se dedicaron a soltar, uno su rabieta, el otro su perorata, uno por desfogar, el otro por intentar saber en profundidad en qué momento se encontraba. Lo cierto es que, sin saberlo, cada uno enfocado en la punta de su nariz, absorbido por el sonido de sus propias palabras, estaban hablando, creo, de lo mismo, sin llegar nunca ninguno de ellos a saber que podrían haber colaborado en este asunto, en el de Ella y en el de ellas, en el asunto de este momento concreto y en el de ese momento que parece que se estira y te ocupa los días sin prisa por marcharse, hasta que un día caes en la cuenta de que ese momento, tu momento, sigue ahí, contigo, y con desgana te dices que a lo mejor es que la vida es así. Así que aquí están juntos y separados en el papel. Cada uno lo sentía en sí, lo razonaba en sí, sin sospechar que al lado mismo estaba el otro, como dos monólogos que se rozan en el autobús.


Gestión del Rechazo se aclaró la voz y dijo lo que sigue:

-Quede por escrito al principio, no vaya a perderse entre un párrafo y otro, que en estos tiempos que corren, la última intención que yo dejaría salir de mi corazón sería la de desalentar a otra persona. Me moriría de inutilidad y de vergüenza al ver que mi aportación al mundo es negativa, inhibidora o silenciadora. Por encima de todo, decir que soy partidario de avanzar y favorecer el avance. Aunque ese avance nos acerque al fin.

Sólo con una mirada perniciosa y reducida deja de verse que un fin es un principio. Cuando te cierran la puerta en las narices te están abriendo la calle, dicen.

Y a pesar de ello, a pesar de que periódicamente voy dejando caer mis advertencias de al principio, muchos recelan de mi e incluso censuran mis maneras al hablar de negruras, en las palabras que escribo.

La vida es un campo de posibilidades latentes y pendientes a nuestro paso. Cada mujer y cada hombre atesoran en su corazón una semilla para cada una de sus posibilidades. Unas se siembran y otras no. De las que se siembran, unas brotan y otras no. De las que brotan, muchas no agarran. Y sólo algunas de las que agarran llegan a dar su fruto. Las posibilidades son infinitas, pero no la mujer ni el hombre.

Nacemos y vemos la luz y lloramos, porque nuestra mente, vacía de adornos inútiles, ve con absoluta claridad que crecer es desgastarse. La mujer, el hombre, no pueden ir como bobos, desperdiciando posibilidades, abochornando con dejadez su suerte. La mujer, el hombre, tienen que pensar y sentir, porque al no ser infinitos deben elegir, esbozar qué quieren, qué les ayudaría a conseguirlo y trazar, entre tinieblas, una ruta que les llevará hacia ello. Tienen que buscar ayuda, esto es, compañía, para ese camino hacia un buen fin que a nadie le está garantizado. Haciendo lo que creemos más conveniente para que fructifiquen ciertas posibilidades, desatendemos todo lo que, juzgamos, nos sobra. Así, porque nos sabemos finitos y falibles, al esbozar lo que queremos, definimos lo que no queremos. Para tomar un camino, abandonamos los infinitos restantes. Al elegir cierta ayuda, al apreciar cierta compañía, tienes un gesto natural hacia lo eficaz y lo conveniente: haces lo que consideras favorable para la realización de tus posibilidades. Aunque no son más que apuestas.

Pero claro, la vida es una jungla de elecciones. Los intereses se cruzan, chocan y se molestan. Hay conflictos, roces y desacuerdos. Incluso dentro de uno mismo. Y es imposible evitar que haya personas enfrentadas a tus decisiones.

Todo el mundo nace solo y muere solo, pero todo lo que decidimos, todos nuestros anhelos, sentimientos y pálpitos están basados en la reciprocidad. Lo que somos, lo somos por comparación con algo. En relación a alguien. Nacemos y morimos solos, pero todo el lapso entre nacer y morir se construye en comunidad. En compañía. Así, en esa jungla de elecciones que es la vida, todo se rige en base a protocolos de relación. Y eso se va construyendo sobre la marcha, pues no hay tiempo ni espacio para la experimentación, en interminables sucesiones de ensayo y error. Lo que te favorece a ti está entorpeciendo a otros. La ayuda desubicada es un lastre, y de nada valen las buenas intenciones. Normalmente, tenemos la capacidad de ser certeros e inseguros al mismo tiempo. Mezquinos y maravillosos. Limpios y desalmados, audaces, egoístas, nobles e irresponsables. Así, todo lo que hacemos está mal y está bien, dependiendo de la óptica, del momento, de la opinión, del lugar, del fin, de la reacción de los demás, etcétera, etcétera. En la jungla de elecciones, al elegir las compañías, de partida ya te estás equivocando según para quién. Sobre todo para los no elegidos, si alimentaron expectativas de que sí lo serían. Los no elegidos son incapaces de ver friamente el carácter de tus ciegas apuestas. No piensan en tus objetivos, están pensando en sí mismos, y en cómo con tu elección (con su no-elección) les desprecias. Sin tú quererlo, incluso sin saberlo, cuando eliges algo, cuando eliges qué, cuando eliges con quién, aparte de probar una tentativa sin garantías por tu bien, estás abriendo la puerta de los conflictos.

Tus cosas y tu gente son los protagonistas de tu vida. Las cosas y la gente que entran en conflicto con tus elecciones, son los otros protagonistas: están en tu vida, escribiendo su propio papel en ella, porque la vida en sí no tiene puertas. Todos estamos en el mismo caldo, lo veamos o no.

Todo esto es para llegar a reconocer que no puedes eludir el daño que haces a otros, pues no depende de tu cuidado ni de tu intención. Depende, sobre todo, de cómo los otros hacen la lectura de tu normalidad. De cómo la encajan. Y lo mismo sucede en dirección contraria.

En todos mis amores frustrados, en los que se truncaron después de haber sido y en los que nunca llegaron a ser, se abortaron cauces, se astillaron puentes y se cegaron las luces de lo posible. O ellas o yo mismo estábamos proyectando nuestro bien en otro lado, e inevitablemente uno ponía jactancia y el otro pesadumbre, uno proponía limpieza y el otro sólo tenía cerrazón, porque en aquellas situaciones de divergencia, mientras uno sigue caminando con el corazón esperanzado en las ilusiones del porvenir, el otro se está hundiendo lentamente en la ciénaga del desconsuelo. Hoy no dejo de ver que la inocencia y la culpabilidad siempre iban de la mano, y cuando te liberabas, al mismo tiempo te lastrabas, y las lágrimas de la risa bajaban por el mismo húmedo y amargo cauce que antes había abierto el dolor.

Uno tiene que esforzarse en decir qué es vivir y qué es sinvivir, porque vistos de cerca no son muy diferentes.

Cuando me abandonaron intenté comprender sus razones, intenté asumir sus impulsos. Cuando las abandoné intenté convencerlas de que era el mejor de los casos, para ellas y para mí. Reprimí venganzas y malas palabras a las primeras, les dejé el máximo de honestidad y compañía a las segundas, antes de continuar mi camino en soledad. Nunca engañé, ni me consta que me engañasen. La amargura llegó con la misma naturalidad con la que, al principio, nos visitó la alegría por el encuentro. Y no olvido que la vida es una senda construida por una sucesión de afirmaciones. La vida se hace diciendo SÍ constantemente. Pero nadie dijo que la vida fuese lineal. Tu SÍ está asediado de conflictos, de implicaciones forzosas e inesperadas que hay que negociar. Disyuntivas, elecciones, zalameros descansos, engañosos desvíos e interesadas matizaciones. La fortaleza del SÍ está alimentada por el tino y el vigor al decir NO a todo lo demás. Elegir qué es el SÍ. Rechazar a qué dirás NO. Aunque no hay garantías de final feliz en tu SÍ, pagarás, en ti mismo y en los demás, dolorosas cuotas de desprecio e incomprensión, de daño y vacío indiferente, alrededor de cuanto te supone decir NO.


Por su parte, Malapipa dijo:

-Nadie me había preparado para esto. Nadie me había dicho que afirmar era dar un primer paso en tinieblas. Yo había pensado que era caminar hacia un amanecer que tú mismo te estabas inventando, que afirmar era construir pese a tu pobre cabeza, a tu limitado corazón, un mundo a tu medida. Y sí, todo esto es claro y cierto, pero también es un camino en las tinieblas que provocas en otros. Yo no puedo dejar de ver esa oscuridad que me acompaña en el camino hacia mi luz inventada. Y no podría caminar si no dejara atrás todos esos cabos sueltos. No podría ensoñar que hay un lugar para mí, pleno de amor, si no paso por encima y dejo atrás el dolor que causo.

Malapipa quedó en un silencio apesadumbrado, después prosiguió:

-De nada sirven las buenas palabras para explicar tu peculiar versión de lo correcto. No hay expresión acertada a la hora de contar tu bien a terceros. Las malas noticias, para el que las recibe, siempre están mal redactadas. Las cartas de despedida nunca son lógicas para el despedido. Las palabras de ruptura son dolorosas para los dos, pero el que decide lleva ese dolor como parte necesaria de su elección, mientras que el otro se hunde, en abandono y orgullo doblegado, con el dolor que le imponen. No hay acuerdos reales posibles para desgajar, sin trauma, lo que estuvo unido. No hay consuelo profundo para quien escucha “tú no me sirves”.

Cuando te cierran la puerta en las narices, recibes de golpe el último aire de lo que anhelabas. Es lo último que obtendrás de lo que deseas, y tu panorama ennegrece por momentos. Todo es bloqueo. No has decidido nada de lo que está pasando, no te dejan opciones a seguir ni oídos para expresar tu desacuerdo, al menos. Hay todo un mundo detrás tuyo, y es infinito en jugosas posibilidades, pero tu impulso, tu ansia, tu percepción y sentimiento siguen encarando la puerta cerrada. Cuesta un tiempo y otras cosas inexplicables el que consigas irte girando poco a poco, el cambiar de dirección y perspectiva, y volver a sembrar nuevas ilusiones.

Sé todo esto por la memoria de mis carnes. Y aunque no quise alimentar venganzas por los caminos que me cerraron, aunque intenté la honestidad, la comprensión, aunque me esforcé por no perder nunca la empatía, sé que no hay negociación comprensible cuando me toca a mí cerrar. No quiero desalentar en estos tiempos. No quiero inhibir las bellas iniciativas de la gente que tiene el valor de amar. Pero cuando se me esbozaron negocios imposibles, tuve que responder con crudeza.

Cuando se da un portazo, a ambos lados de la puerta hay dolor y silencio. En el lado de la calle duele el problema, en el lado de la casa, duele esa solución. A pesar de mi capacidad para empatizar con el dolor de los demás, a pesar de mis habilidades para comprender, a mi manera, casi todo, también he acabado acumulando crueldad. Y porque sabía que en la gestión de un rechazo la vía de la argumentación lógica está cegada, con el mismo doloroso silencio que me regaló una, le estoy respondiendo a otra. Y llevo con toda la elegancia posible la cobardía, la desesperanza, el debatirme en la certeza de no sentirme preparado para amar, puntualmente, según a quién. Mantengo a duras penas una maltrecha dignidad en la eterna discusión del estudias trabajas serruchas la hipoteca, la del bailas no bailas, la del sí pero, oye, que creí que tú decías, aunque puede que a lo mejor no es mi mejor momento, y no me olvides pero déjame mi espacio. Así que, con todo ese vaivén descarnado, con todo ese cóctel de quiero y no debo porque no puedes ni sabemos, aunque puede que no te preocupes de saber que somos sin estemos, con este constante gruñir de avances hechos de paremos, a veces, consigo serenarme y mirar una florecita oscilando por la brisa, la miro en su silencio, y miro cómo tenuemente cambia la luz, la temperatura del día con el ligero paso de una nube despreocupada, y sé de alguna forma rudimentaria que es ahí, en la escondida alma de ese preciso instante que se escapa, donde está mi amor puro, ahí está mi hermana del alma, mi compañera, la esperanza remota de mi espíritu afín, amante y constructivo. Ahí y nada más. Y sé que miro el mirar de un perro y veo claro que entre él y yo es a mí al que le está faltando algo esencial para comprender esta vida.

Así sigo adelante, a día de hoy. Estado civil: cansado. Rodeado. Asediado por lindas mujeres que cuchichean en la bruma. Oigo sus suspiros y sé que alguna me está confundiendo con algún soltero de oro del manglar. Se equivocan cuando ven en mi un prometedor osito de tela de toalla, un oído descomunal con un hombro mullido e infinito. Cuando ciertas bellezas se ven escuchadas, atendidas, valoradas, les salta el chip parcelador de aquí está mi maestro, aquí mi terapeuta, mi psicólogo fecundador ¡Oh, mi macho alfa! ¡Oh, mi campeón, mi sostén! ¡Mi cazador/recolector! ¡Oh, el orden de mi caos, la comprensión de mi universo conflictivo! ¡Oh, mi cajita de pañuelos del domingo por la tarde!

Y la vida es un incendio en construcción. Y yo miro tu cara, que está a la vuelta de la esquina de la quinta puñeta, y no me dices ni hola ni adiós. Sólo te quedas calladita, como saboreando ese talento que tienes para rumiar lo que sientas sin arriesgar un pelo. Y supongo que seguirás en tu escondrijo, levantando imponentes construcciones de rara comprensión indiferente, con tus anhelos silenciados, con tus quejidos y adhesiones desubicadas. Y criarán mala hierba los puentes. Y se me oxidarán los goznes de las ventanas. No quiero poner mal ángel en estos tiempos. Quiero construcciones eficaces, semillas verdaderas para el pan del mañana. Pero tú estás lejos y andarás resguardándote de las asechanzas del maligno. Y ya no sé a qué atenerme con tus suspiros en el anonimato.

El tiempo se me espesa y ocupo los días en despachar pensamientos mezquinos que me llevan a los besos que le brindarás a tu maestro, a tu amante, compañero, calzador, confidente, director, enfermero. Tengo que poner tres dedos de aceite en lo que sueño contigo. Y por eso salgo cada día a barrer la fila de cucarachas que hacen cola en mi puerta, ansiosas por un gramo de los kilos que te tengo, desquiciadas por la promesa que no les hice de mi incendio acogedor.

Y ya está bien de tanto pensar en picado. Tengo que repuntar la piel y normalizar una salida para las adicciones por tu belleza fría, por tus olores serenos, por tus manos calladitas adornándose las heridas. Y me digo qué fácil. Qué fácil es saltar de un tren de candidatas al amor con la nariz taponada por las expectativas del instinto. Y caer donde sea, cualquier sitio es bueno. Me digo qué fácil. Qué fácil y, quién sabe, qué plana e insípida hubiera sido mi vida si tú, mi luz, mi maestra, mi abismo acogedor, me hubieras tenido un amor sencillo. Algo que encajara en los instintos que nos juntaban, algo que diera algo de calor en los huecos que deja la razón y añadiera algo de sentido a esta pradera humeante. Daría por clausuradas la rabia y la desesperanza si un día te encontrase, de golpe, con tu poquito de inspiración para ayudarme a construir, con miles de ladrillos de nada es para siempre, un sólido edificio de amor a tiempo completo.


JAG.
Grácia 19_10_2012



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