29 de octubre de 2012

DOS AÑOS DE HAMBRE

Queridas y queridos.

Tal día como hoy se cumplen dos años de la publicación de la primera entrada de “Hambre”.

En aquellos días lo hice todo con ímpetu de ingenuo. Básicamente, la intención al abrir ese “trayecto literario y visual” era conseguir escribir todos los días. Mucho antes de “Hambre” ya había probado diversas tentativas de esas que tienen como objetivo que te sientas escritor: presentarte a concursos de relatos, a ver qué pasa, escribir cartas de amor, a ver qué pasa, participar en revistas de instituto, a ver qué pasa, redactar currículums, a ver qué pasa... También, incluso, me autopubliqué libros, y ayudé a que otros se los autopublicasen. Siempre todo, a ver qué pasaba. Con estos intentos me han pasado cosas memorables. Unas por enjundiosas, y otras por deprimentes. Lo de escribir, frío no es. Al hilo de aquellos intentos, llegas a la conclusión de que no va a aparecer de repente una señal en el cielo que te dice que eres escritor. Lo dice uno mismo y va que chuta. Con la boca más chica o más grande, dependiendo del momento, del público presente, de la autoestima, del descaro, o de tu poquito de orgullo. Cada uno busca sus pruebas. Yo digo que soy escritor porque caí en la cuenta de que tengo ideas inconsistentes en mitad de la calle, y aún así me las apunto en el dorso de la mano con un boli que se está gastando. Uno dice que es escritor porque alrededor de ese hecho sencillo hay infinidad de hilitos que salen y llevan a otras implicaciones y compromisos vitales, de forma que, aunque no camines sobre las aguas, ni corras más que los demás, ni te llueva la lencería fina cuando pases por la calle, sigas aceptando esos compromisos vitales con naturalidad.

Esas implicaciones acaban caracterizando mi vida, esto es, cómo me tomo las cosas, cómo las veo y qué hago con ellas. Supongo que es una forma específica de ser humano. Una manera concreta de ser normal.

Quería escribir todos los días porque perseguía encontrar “mi voz”. Me he puesto a publicar algo cada mes, y ese era el ritmo de producción mínimo que me exigía para mantener el blog. “Hambre”, inicialmente se plantea como un libro en la red, que se está escribiendo y editando públicamente en tiempo real. Se le llama trayecto porque no tiene plan ni objetivo prefijados. Sus entradas pueden leerse en orden libre, pero también puedo sugerir/dirigir diariamente su lectura mediante la difusión puntual de sus links en las redes sociales. El público puede acceder libremente a la lectura y participar, de forma orgánica, con sus comentarios al pie de cada entrada, o en mi perfil de Facebook. Todo, como siempre, a ver qué pasa. Aunque sé que tengo definidos ciertos intereses y acabo abordando casi siempre los campos semánticos de ciertos temas, no sé cuál es “mi voz”.

Escribir cada día me lleva a valorar la parte verbal de las cosas que me pasan. También me ayuda a elegir los libros que quiero leer. No sé quién escribió que el escritor es un resultado, más que de lo que escribe, de lo que ha leído. Escribir cada día, pues, me dirige hacia quién soy, y pone en juego los ingredientes que construyen lo que quiero ir siendo.

Hasta aquí, el despliegue de una serie de sucesos que se dan en mi intimidad. Como todo lo que hago está teñido del influjo de mi vocación de maestro, esos sucesos íntimos son para compartir. Un maestro es alguien que basa la construcción de su persona en el esfuerzo por saber, aprender y asimilar todo ello como experiencias comunicables que compartirá con otras personas, con la intención de ayudar a que esas personas se construyan. Sonará soberbio y arrogante el que me presente como escritor y maestro. En la claridad de mis intuiciones, en la honestidad de mis íntimas razones no se ve eso. Decirme abiertamente escritor y maestro escenifica mis presupuestos vitales y éticos, mis intenciones. No le da valor a lo que aprendo y comparto, no lo hace bueno ni interesante. No le da calidad a mis escritos ni grandeza a mis intentos. Sólo digo las cosas que son. Al contrario: un escritor que no es leído y un maestro que no se da a compartir, no tienen razón de ser. No se están construyendo, y están eludiendo su papel en la vida. Es aquí donde entra en escena el papel insustituible de alguien como tú, que lees, al menos, esta entrada de “Hambre”. Mientras andaba perdido buscando mi voz, siempre me he visto acompañado por quien leyó o interpretó, por quien intervino para reforzar, apoyar o sugerir, también por quien mostró adhesión, comprensión, sorpresa, cansancio o desacuerdo, por quien ve al escritor, por quien ve a la persona y por quien los confunde, por quien habla abiertamente y por quien opina en silencio. Por quienes asocian “Hambre” a su nombre y por los que lo siguen desde el anonimato. En sus mínimas palabras: los lectores de “Hambre” ayudan a construirme.

Llegado el segundo cumpleaños, pensé en señalar esto, en agradecerlo. Incluso pensé en celebrarlo, en marcarlo como evento. Pero después pensé, por una parte, que eso daría facilidades a la vanidad. Y la vanidad se queda en sí misma, no construye. Por otra parte, pensé: ¿Por qué destacar este agradecimiento hoy? ¿Qué debo agradecer hoy, que se distinga de lo que debiera agradecer cada día? “Hambre” es un cajón de sastre sin plan, se está construyendo y editando en tiempo real. Se comparte a diario y es de entrada libre ¿Cuándo tengo que parar y agradecer? Publicar, compartir y agradecer son lo mismo, me digo.

Se apunta uno la idea en el dorso de la mano, la desarrolla en un cuaderno, la limpia en folios reciclados, la pica en un ordenador, la repasa, a veces la ilustra, la traslada a un pendrive, la lleva al locutorio, la descarga en el administrador del blog, la maqueta, la publica, y una vez que es visible, la comparte con personas concretas. A veces algunos responden. A veces algunos preguntan. Y entre todos se construyen las preguntas y las respuestas. Nos ayudamos.

Ante esto, no encuentro mejor agradecimiento, no hay más digna celebración de nuestro segundo cumpleaños que intentarlo, una vez más, publicando una nueva entrada.

Grácia, Barcelona. Octubre 2012
José A. González


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