10 de agosto de 2012

Ningún miedo podría frenarme.

Quien quiere estar cerca, lo está. Supera muros de silencio, años de distancia y kilómetros de entendimiento.

Toca sin manos, besa sin labios y se pone a acompañar sin compañía. Supera las vergüenzas y salta, graciosamente, por encima de las incertidumbres. Pendiente de no añadir peso a esta especie de contacto sublimado, te mira sin hacerte ruido. Y te ve.

Quien quiere estar cerca de ti, desarma, sonriendo, la compleja maquinaria de lo incierto. Sin miedos que le frenen ni abismos que le acobarden, entorna los ojos en soledad, abriendo las puertas y las ventanas del corazón: las suyas a conciencia, y las tuyas sin que tú lo sepas. Todo eso por tocarte aunque no estés, y para estar a tu lado, a pesar de que cada uno sigue con su vida.

Se come los imposibles. Y no hay brumas que no atraviese la imaginación de quien te está viendo sin mirar.

De igual modo que escribo esto sintiendo, en un repelús, algunas miradas que se muerden los labios y, a su modo, me quieren sin gesto, igual te amo yo a ti, por el momento.

Y no pienso en qué miedo me frenaría, en qué abismo podría acobardarme como para hacerme desistir del ansia de estar en ti. Porque sería absurdo perderme en opiniones, en elaborar estrategias efectivas para besar a un aroma.

Te amo y ya estoy en ti, y en este momento preciso, sin presencia, notarás, en un improbado y certero atisbo, el fruto que, con todo amor y sin peso alguno, te aporta mi compañía.

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