1 de junio de 2012

PENSAR ES DAR UN RODEO.

.

El instinto no tiene intención. No tiene una voluntad velada ni un plan maestro para ti. Está en ti, pero no es tuyo.

El instinto es como una mujer preciosa que va por la calle con un vaporoso vestido de flores, completamente absorta en vete tú a saber qué, ajena a que existes y a que con su meneo y la fragancia que va soltando al ambiente, ha trastocado todas las fórmulas de tu química interna.

El instinto está en ti, pero vive completamente despreocupado de ello: no lo sabe ni lo quiere. El instinto está bien en el mundo, pienso yo, porque aunque no haga gala de ello, está para encenderte una lucecita interior que, sin cables ni electricidad, abre los resortes que no entiende tu voluntad consciente o tu pobre sentido de la lógica. Con suma elegancia permite que superes las trampas que te pone tu mente. Guiado por el instinto, siguiendo su fina desenvoltura, tendrás forma y redacción para afrontar la razonable crudeza sobre la que está montada esta puta vida.

Si te cruzas con tu instinto, si te ha mirado con dulzura pasajera, sin con despreocupado e inocente desdén te ha brindado las mercedes de su aroma, como una mujer hermosa absorta en su contoneo, sigue sus pasos, atiende a sus señales y escucha todo eso que no te quiere decir. Porque si os habéis cruzado por casualidad en una de las calles de tu alma, sin que lo sepáis, él, tu instinto, tiene un papel para ti, y tú tienes, como mínimo, una oportunidad: la de sostener o explicar o comprender o sentir tantas cosas que a ti te pasan desapercibidas, tantas cosas que de otra forma no verías ni sabrías explicarte, y que son esas cosas que importan sin que tú lo sepas, y que en tu vida están pendiendo de un hilo, oscilando sobre el abismo más insondable.


.

No hay comentarios:

Publicar un comentario