27 de junio de 2012

SIN TIBIEZA.



Me dice Cortázar, desde un libro antiguo y juvenil, que “dar algo de uno a los demás, (poesía, TNT, besos) es reconocer la integración del yo en el tú”. A mí me suena a que ofreciendo conscientemente algo de nosotros mismos a los demás, no hacemos más que reconocer, por un lado, que nos sentimos esencialmente solos, que para superar eso, damos y nos damos, y por otro, que ese acto de dar, de darnos, hace que encontremos partes nuestras integradas en el otro, esto es: dándonos establecemos un terreno para compartir con el otro, y que, de hecho, eso nos hace superar esa soledad esencial que tenemos de fábrica. Se me ocurre que, si uno da partes de sí al otro, si esas cosas están “integradas”, ¿qué es lo que recibe ese otro sino partes que ya tenía? Deduzco, al hilo de estas razones, que no dar, no darse es como jugar a la soledad, pero en grupo, con la humanidad entera.

He tenido noticias de gente que me lee las cosas de vez en cuando. Me han dicho que en mis textos, entro demasiado en lo personal. La verdad es que no acabo de entender con claridad ni dónde está el problema, ni si se puede entrar “demasiado” o “poco” o “mucho” en lo personal. Más bien creo que entras o no entras. O te das o no te das. No veo umbral ni descansillo.

Cruzando por enmedio del sembrado, yo les digo que no entendería el dedicarme a las artes si tengo que disimular o mediatizar lo personal. Que eso, el convertir lo personal en tema y artefacto a compartir es, por un lado, una de las múltiples posibilidades de las artes, y por otro, una opción vital.

Y antes de haberlo comprobado, estaba fuertemente persuadido de lo siguiente: en tus obras, mientras más profundo llegas en ti mismo, a más profundidad llegas con tu público. O dicho de otra manera: si consigues que tu obra tenga una voz en términos humanos, accederás, en términos puramente humanos, a tu público. Es comunicación básica. Tu público no es un ser múltiple al que puedas tratar como lo hacen las grandes empresas, según estimaciones generalizantes ni aproximaciones basadas en la estadística. No son un rebaño uniforme. Son un colectivo de personas que acceden a tu obra como personas individuales. La ecuación básica en las artes se resuelve, a mi entender, cuando la obra consigue desproveerse al máximo de atavíos superfluos y se presenta al espectador (persona) como un hecho personal del artista. Cuando esto se consigue, tiene lugar un encuentro honesto y en desnudez. Hay mil cuestiones que entorpecen y aún dan al traste con esta posibilidad ideal, es cierto, pero no puedo admitir como inmoral el presentar públicamente mis trabajos en “desnudez”. Tampoco es inmoral el intentar acceder a la “desnudez” del público. Sólo busco el encuentro puro. Igual que el nudismo no debe confundirse con el exhibicionismo, mostrar mis obras en esas condiciones de desnudez no implican un acto impúdico ni desvergonzado. Tampoco significa que estoy tomándome a broma mi intimidad. Al contrario, por respeto a mi espacio puramente personal, así como al espacio personal del otro, tengo que esforzarme en todo momento en la toma de conciencia acerca de qué quiero compartir con los demás y qué se va a quedar en la esfera de la intimidad, que tampoco la pierdo, dándome por completo. No tengo que quedarme vacío cuando hablo con honestidad, y siempre tengo que tener presente a quien escucha. Así vigilo que el encuentro se dé en términos de pureza abierta al diálogo y desprovista de agresividad. Esas son mis intenciones, mis puntos de partida, aunque claro, no siempre son comprendidos.

El aire general de la cita de Cortázar ha conseguido que me ponga, en este escrito, a airear mis presupuestos, que nunca está de más, pues las cosas ganan en claridad (o al menos se intenta), y ante el público -y el autor mismo- las propuestas formales se sienten más arropadas con argumentaciones de intención definitoria. Eso sí lo ha conseguido la cita de Cortázar, aunque creo que, jaleado por un primario y descontrolado entusiasmo juvenil, se deja llevar en la forma y acaba poniendo un énfasis innecesario e incomprensible, que da un aire sospechoso a su formulación. Porque, ¿a qué se debe el gratuito ajuntamiento de la poesía con el TNT con los besos, al referirlos como ejemplos de “lo que uno da”? Se me figura que ha habido una inundación que ha arrasado con todo. Cuando la catástrofe se ha sentido satisfecha y ha aplacado su rabia, las aguas han bajado, y en el suelo encharcado del llano, se acumula el sedimento del caos. Y no sería extraño ver juntos un patito de goma, una vaca lechera hinchada, medio olmo desgajado y varios botes de silicona selladora de exteriores. Y por qué no, también poesía, TNT y besos. Pero en este contexto todas esas cosas están conectadas por una lógica: la furia ciega de las aguas no ha hecho distinciones y ha arrastrado todo lo que ha encontrado a su paso. Pero era sólo eso: una fuerza descomunal que ha bajado a descansar al llano, y allí deja los inconexos sedimentos de sus desmanes. Esa fuerza, esa rabia de la naturaleza no quería expresar nada. No quería poner un ejemplo, como Cortázar ha hecho, de las cosas que uno daría a los demás. No creo que Cortázar haya sido nunca una furia ciega. Pero entonces, se está tomando a broma la poesía, el TNT y los besos, ¿no? Eso, de entrada me subleva, después me ensucia la opinión acerca de su capacidad para respetar, incluso su aptitud para valorar qué es la integración del yo en el tú. Me sobreviene la sospecha de que un escritor excepcional ha caído en un estúpido juego de palabras.

Supongo que es muy fácil -lo he vivido en mis carnes- el pajear la mente y denostar (criticar sin proponer alternativas ni soluciones) algo que ya está hecho: una canción, un cuadro, un libro. El que critica en estos términos se limita a escoger un aspecto puntual de los esfuerzos del otro, y alrededor de esa incompleta muestra, que ha escogido arbitrariamente, monta un artificio argumentístico (una nueva “verdad”, un nuevo foco de atención) con el objetivo de putear vanamente al primero. Básicamente, quiero decir que es muy fácil montar un “quítate de ahí, que me ponga yo”. Son “críticas” que raramente apelan al sentido crítico del público. Eso supondría, por parte del crítico, la aceptación de que él mismo y su público lo tienen, cosa muy difícil, y además conllevaría el esfuerzo de mantener y satisfacer esa capacidad para la crítica seria, con argumentación, y eso es muy poco agradecido, y quién sabe si no te sale un listillo que mete los dedos y te obliga a reorganizar y ampliar hasta el hastío tu argumentación. Qué va. La crítica fácil se circunscribe a movimientos mucho más eficaces, basados en el rápido juego de palabras y una cierta habilidad pseudo-humorística que elude la profundidad, y monta en la superficie un espectacular castillo de fuegos artificiales que oculta y hace olvidar, precisamente, al objeto de la crítica. Se dedica a desviar la atención. Vive de nuestra tendencia a vivir cómodamente en la memoria de pez. Los procedimientos básicos en el debate político.

Me siento un estúpido, porque creo que contribuyo precisamente en eso, y siguiendo un simple desliz, despellejo a un autor al que siempre he admirado. Mi intención no era esa cuando he entrado en este texto con su cita. Pero quizás me ha decepcionado su ligereza a la hora de exponer la idea de que ciertas cosas pueden llegar a mantener unidas, en esencia, a las personas. Lo que uno ofrece a los demás, raramente es una broma. Y si lo es, al menos, por medio del tono, lo explicita. Me siento un estúpido, pero no le perdono a Cortázar su estupidez. Yo comprendo que en su ejemplo está bebiendo actitudes de las vanguardias europeas de principios del XX, con su aire iconoclasta, regenerador y provocativo, pero cuando haces una afirmación acerca de la “integración del yo en el tú”, un concepto tan capital, poco va a apoyarte el ejemplo “poesía, TNT, besos”. Es una estupidez de niño pijo aireando melancolía (o arrogancia) porteña en círculos intelectuales parisinos, esto es, descontextualizándose, distinguiéndose banalmente, al tiempo que se mantiene a salvo de los hachazos que llueven en su país. El hambre, la incomprensión, el aburrimiento o el compromiso. La estupidez, a estas alturas, en el contexto de las obras artísticas, es una estética definida que denota una postura ética, ante la vida y ante el propio hecho artístico. Pero esa postura hay que situarla en su contexto, esto es, dentro de lo que cabe, explicitarla, dejar claro si la estupidez que dejas flotando ante las narices de tu público es una forma, un mensaje, un medio o una limitación personal. Supongo que eso se le escapó a Cortázar, allá por los 50, cuando escribió su ejemplo. Y a la vejez, ponte a despejar dudas.

Para no alargar innecesariamente esta queja, que sonará desubicada, impertinente e innecesaria, concedo que Cortázar, a pesar de su trío imposible, poesía, TNT, besos, en realidad, cuando decía “dar algo de uno”, se refería a ofrecer conscientemente algo que parte de la esencia de uno. Supongo que dar un calcetín desparejado, una colleja, un flyer o algo de similar tibieza emocional no nos despertaría a la certeza de la “integración del yo en el tú”.

Lo digo porque es un tema que me preocupa. Encontrarse con el otro, encontrarse en el otro a través de lo que le das, de lo que te das con tu obra. Desde casi siempre he hecho cosas que tienen que ver con las artes. Las hago con la convicción de que son un camino que me acerca a los demás, a saber quién soy, y con la ayuda de los demás, a construirlo. Al tiempo que ayuda a los demás en sus propias construcciones. En ese camino hay trampas y decepción, autoengaño, de acuerdo, pero es el camino más noble y apropiado que encuentro. Es un camino que asume esas limitaciones, que en realidad son mías, y me limpia y me enfoca a lo que de verdad mantiene integrados en un todo a todos los seres vivos e inertes: el amor. Dedicarme a las artes es lo que doy de mí a los demás, es mi manera de construir/me y de dibujar un camino hacia el amor. Hacia ti, en definitiva.

Y ahora que lees, estás en mitad de un camino a medio construir. Es curioso ¿no? El camino para llegar a saber que tú y yo estamos integrados en un todo unificado, el camino que construyo para llegar a ti, no está terminado.

Quizás lo mejor sea este final apresurado, para que ambos mantengamos la sospecha de que, habiendo llegado al final de este texto, todavía falta tu parte en la construcción de este camino del amor que, a ti y a mi, nos ha traído hasta aquí.


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La cita que ha desencadenado esta tibia disgresión acerca de un pequeño desliz de juventud, se encuentra en el libro “Diario de Andrés Fava”, de Julio Cortázar, publicado por Ed. Santillana, Madrid, 1995.

Obvío la página de esa cita, esperando que el lector se anime a leer el libro completo, en el que con seguridad encontrará abundantes pasajes que le aportarán el hambre de leer y de vivir que siempre contienen los escritos de Cortázar.


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26 de junio de 2012

HAMBRES Y APETITOS.

La principal diferencia entre quienes me quieren y quienes no me quieren es de estilo y actitud.

Quien me quiere sabe lo fácil que es encontrarme. Insiste, con la mirada limpia, los gestos definidos y las palabras claras, sencillas, aunque yo ande recluido y absorto en mis cosas. Sabe desde el principio que acabaré saliendo de mi escondite.

Quien no me quiere se pierde en metáforas educadas, y disimula regular esa mirada torva que viene a decirme:

-Tú, tú eres el que escondió la aguja en el pajar.

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En la época en que yo nací,

sólo el amor
era en color.



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25 de junio de 2012

MI CORAZÓN EN CAUCES EXTRAÑOS


No puedo hacer nada si mi corazón es un rio que fluye transparente,
bajando alegre de la colina al llano.
 

Y buscaba el barranco escarpado, y estaba preparado para la roca, el arbusto bravío, pero se le abren, al paso, infinidad de cauces sencillos.

Y todo es un mundo nuevo, en risa y apetito,
en talla y en acento. 


En carácter, aroma y filo.

Y mi corazón, fluye despreocupado, por los cauces amables.


Se irán apagando los fulgores de mis imaginaciones
por tu mundo extraño, por tus tesoros ocultos.


Y no puedo hacer nada.




Casa Àsia_Barcelona.

25_6_2012




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24 de junio de 2012

EL CAMINO DE LOS SUEÑOS.



Los sueños, y estamos ciertamente mal educados en este punto, poco tienen que ver con Woldisney, que se encargó de trivializar la tradición oral y escrita de la cuentística europea. Los sueños poco tienen que ver con varitas mágicas que te cambian la vida o hadas madrinas que vienen a salvarte. Tampoco tienen que ver con inspiraciones del hado o felices arrebatos de la fortuna. Qué va.

Los sueños, a poco que te fijes, son aspiraciones concretas que, si te pones a ello, tienen su lugar localizado, su talla específica y su momento más adecuado.

A los sueños se les cuida con amor (pues nacen solos), se les redondea con paciencia (pues nacen embrutecidos) y se les gana con flexibilidad e ingenio. A los sueños se les llega tras una conquista o una negociación, pero todos tienen su precio.

Los más idealistas, que casualmente perdieron los dientes de leche tragando películas de Woldisney, no soportan ni oír hablar de que los sueños, como las ilusiones, tienen también un camino de vuelta.

De los sueños, pues, todo el mundo vuelve, o al punto de partida o a un nuevo inicio más allá de los sueños.

Los que saben aceptar todos los sabores de la vida plena, los que gustan y los que no, esos vuelven cantando.


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EL CAMINO DEL AMOR.



Hace algún tiempo yo pensaba, sentía, creía que lo importante era que lo que uno ama esté cerca y esté lejos. Cerca por razones obvias, aparte del calor y del roce deseado, por tener a diario pistas de que el paraíso está aquí, ante nuestras narices, y por sentirte a gusto y realizado en el amor, que da forma a los que aman, al tiempo que se da forma a sí mismo, y al tiempo que se da forma al amor, se forma el camino del amor y blabla y blabla. Que lo que amas esté lejos, pues es importante para que no perdamos la perspectiva de que hay un camino del amor, de que tenemos cosas que nos sobran y cosas que nos faltan hasta llegar al amor, y ese camino que tenemos que hacer, a su vez, nos hace a nosotros en la limpieza de lo que nos sobra y en el anhelo de lo que nos falta, y en el movimiento que provoca ese anhelo, pues acabamos atravesando el desierto ardiente, el abismo insondable y los muros de silencio que te separan de ese amor. Otro tema aparte es que, cuando encuentras ese amor, vete tú a saber en qué momento está. Da igual, los amores avanzan porque después de atravesar el desierto ardiente y blabla, para los amantes cualquier cosa es una tontería.

En fin, que lo que amamos se mantenga lejitos nos acaba ennobleciendo. Tenerlo todo a mano nos acaba llevando al envanecimiento y a la pereza: el primero porque acabamos creyendo que el amor nos corresponde por derecho, la segunda, deducida del primero, nos acostumbra a vivir el mundo con tibieza, pues se nos transparentan los retos y teñimos lo maravilloso de normalidad, quiero decir, de banalidad. Un corazón sin desafíos acaba dormitando en la miseria, pues a fuerza de no ejercitarlos, los músculos se le acartonan y los huesos se les vuelven quebradizos. Somos humanos, ni más ni menos. El Tao dice que el carro avanza gracias a los huecos entre los radios de sus ruedas. Lo que nos falta para vivir nos ha hecho necesitar de la poesía y de mucho más, y todo ese artificio y postureo con que adornamos el mero hecho de prolongar y mantener la especie, en realidad nos caracteriza y nos desarrolla como tal. Cuando todo nos viene dado, acabamos con la capacidad de decisión del polen. Y casi con la misma consciencia.

Ese debatirme entre el lejos y el cerca en el amor, el valorar su importancia, pues eso yo lo pensaba, lo sentía y lo creía hace mucho más que algún tiempo. También han pasado decisiones y renegociaciones conmigo mismo. Han pasado despedidas y gozosas celebraciones. Ha pasado demasiado. Ahora la propia palabra “importante” me pone de los nervios. En realidad uno es un corpúsculo integrado en una fórmula química colosal que se está dando constantemente. No puedo aspirar a ver, con un mínimo de certeza, un sentido que explique ese sistema químico porque está en evolución y porque formo parte de él. Lo que yo pienso, o siento o creo como importante, no le importa nada a ese sistema químico, pues llevará adelante su desarrollo a mi favor o a mi pesar. A ese sistema que me contiene se la trae floja mi idea del amar y del ser amado. Todo lo que pasa es natural. Si algo nos parece justo o injusto, atinado o impertinente, si nos parece necesario o cruel, es sólo porque estamos juzgando a ese sistema. Y todo juicio es interesado (subjetivo, irreal) y egoísta. Con patética candidez nos erigimos en centro y estandarte de la realidad. Como si lo que pasara, pasara para nosotros. Pero la naturaleza de las cosas es imparcial. A pesar de todo, seguimos juzgando, obcecándonos en esa equivocación, como un juguetito al que le queda cuerda y sigue funcionando, sin avance posible, contra una esquina. Las cosas van pasando y nosotros las vivimos a salto de mata, siguiendo impulsos parciales de reacción. Por eso llego a creer que nada es importante. De alguna forma, me quiero quitar del ansia de ganar y del sufrimiento de perder. Más bien es quedarme en el gusto por el deporte en sí, que ya lleva implícita la aceptación serena de que a veces se gana y a veces se pierde.

Y a pesar de saber todo eso, a pesar de la certeza descarnada de que el devenir avanzará en tu favor y a tu pesar, me resisto a vivir en el desengaño, en la indolencia o la amargura. Nada está en mis manos, sólo mi ilusión de decidir. Nada puedo resolver, salvo mi espíritu de resolución. Sigo pensando, sintiendo y creyendo. Sigo amando, y me da igual si eso es sólo la reacción puntual de un corpúsculo integrado en una fórmula química colosal. Sigo amando, y me la trae floja si el sistema que me acoge no lo entiende.

Te veo muy poco, te pienso siempre y te escribo ahora, y sé que el camino del amor está ya aquí, en mí, y también atravesando el desierto ardiente, el abismo insondable y tus muros de silencio. Está hecho y está por empezar. Yo sabía, como un tonto, que en el camino del amor las personas no son indispensables, porque el amor nos contiene y con nuestra suma va construyendo sus avatares. Pero después de todo, tú estás cerca y estás lejos y sé que nada es importante. Estoy en el camino del amor, y me despido de mis pertenencias. Es gracias a ello, gracias a ti, que renazco pobre, maravillosamente vacío y humano, buscando con mi lamparita el paraíso en la tierra. Y han pasado decisiones y renegociaciones conmigo mismo. Han pasado despedidas y gozosas celebraciones. Te miro y el amor te celebra desde mis ojos. Y si veo, al final, que después de todo el amor se regenera, atravesando los hastíos y los desengaños, veo que te miro y me veo, y sólo pasa un tiempo. Y eso es como si no hubiera pasado nada.


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DE LOS BUENOS Y DE LOS MALOS.



Soy lo que soy. Sin más, hijo de mi casa. De mis cumbres, mis esperanzas y mis batallas perdidas.

Soy lo que quiero escuchar, pues con ello me refuerzo y afirmo.

Soy lo que no quiero escuchar, pues con ello aprendo a eso como mínimo, a escuchar lo que no quiero y de camino, a ser lo que no sabía que soy, a aceptar mi límite y, honrando lo que de vida me toca, afrontar también el desafío de ir allá, cada vez más y más lejos, estirando mi frontera, para poner allí mis cumbres, mis esperanzas y mis batallas perdidas.

Y que yo sepa, y que todo el mundo sepa que esas cosas mías están en su sitio.


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HIJO DEL AMOR DE MIS PADRES

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Soy hijo de la ilusión que improvisa ganas de vivir en un país calcinado por el odio y la vergüenza. Soy hijo de ganarse las razones para la alegría atravesando la culpa. Soy hijo de combatir levantando flores en el campo que el enemigo oscuro sembró de sal. De construir mi orgullo a pesar de la suciedad y la ignominia. Hijo de una paz nerviosa. Del más amargo sentido del honor y del deber. Hijo de una caduca infelicidad sin referentes. Del sudor inquebrantable, del aliento a ultranza. De lágrimas que se callan mientras rumian construcciones en la noche. Soy hijo de las carcajadas explosivas que soltó la serenidad, que aprendió a caminar sola, pero que siempre, siempre, mantuvo vivo el fulgor de la certeza, de la esperanza de que alguien respirará a su lado. De que algo va a venir a llevarla de la mano.

Soy hijo del SÍ y soy hijo del NO, y por tanto, soy un hijo fuerte de las negociaciones de la armonía. Me siento guapo, en suma, y no estropearé la foto, como corresponde a un buen hijo del amor de mis padres.


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7 de junio de 2012

ESPINAS DE AMELIA

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Algunas veces actúo de forma ilógica, o no sé, a lo mejor hago las cosas siguiendo una lógica que no sé desentrañar. Eso me lleva a vivir acostumbrado a un cierto grado de estupefacción y opacidad con respecto a lo que podría llamarse “normalidad”.

Después de algunas vueltas, después del sucederse las ilusiones –las referidas a imágenes falsas que me hice, las referidas, también, a las que me sirvieron para construir y educar mis deseos-, después de decepciones, alegrías imprevistas, heroicos intentos, después de largas temporadas de vacaciones en la oscuridad o en la penumbra indefinida y exasperante, después de embriagadores, contados momentos de luz, después de todo eso que vamos llamando “vivir”, uno, (al menos, yo) se va haciendo una especie de conjunto de conclusiones que lleva consigo. “Conclusiones” no es la palabra idónea, me parece, porque esas pseudo-opiniones nunca tienen (a mi parecer) solidez suficiente para llegar a construir nada estable. A lo más que puede uno llegar es a ir enhebrando en un hilo una sarta de cuasi-decisiones como para ir tirando. Es como una mochila en la que vas metiendo las cosas en las que crees en cada momento, las que piensas que vas a ir necesitando para vivir: la idea de lo que eres, de lo que quieres, del papel que tienes, de lo que te gustaría ser, hacer, etc; En fin, uno va llenando esa mochila con poco más que un manojo de certezas eventuales, intentando dar con la tecla de, valorando sobre la marcha lo que tiene ante las narices, esbozando, con las herramientas de las que buenamente disponga, un plan de acción que sea vivible y que, si es posible, no le joda el sembrado al vecino.

Uno tiene que andar con los ojos bien abiertos. La vida es en riguroso directo, no admite pruebas ni ensayos, ni tiene Ctrl+z. A mí me parece que esa mochila en la que uno guarda lo que cree que uno mismo es o necesita, la que guarda lo que uno opina que es el sentido de vivir, pues a mí me parece que tengo que llevarla abierta, para que todo esté como fresquito, que no se vayan las cosas al fondo y se sientan encerradas. Y sobre todo, llevarla abierta para que puedan entrar cosas nuevas con facilidad, y para que puedas sacar, también con esa misma facilidad, las cosas que van quedando obsoletas, y por tanto, no son más que peso muerto.

En fin, como me venía a decir ayer una prima del Facebook, el juego se está haciendo sobre la marcha y hay que tener espíritu deportivo. Ante esto, me parece que mientras más asentados tengas tus valores, mientras más sólidas sean tus convicciones, más chungo lo llevas. La vida es flow, y no hay que tomarse en serio sus reglas. Cuando por fin vienes a encontrar una respuesta decente, resulta que otro, o por tonto o por hijoputa, te ha cambiado la pregunta. Relax.

Estar pendiente de lo que llevas o no en la mochila, atento a las depuraciones y actualizaciones es vital, pero si te obsesionas, es un morir por Dios. Personalmente, no tengo una fórmula que me libre de estos extremos: uno, el vivir alelado en la vela del contenido de mi alma, o, dos, despreocuparme totalmente y confiar en que encontraré refugio cuando salga el sol por Antequera, esto es, vivir alelado en mi propia irresponsabilidad e inconsciencia.

Aún así, uno siempre tiene, o por debilidad, o por comodidad, o por limitación, o por tino, o por pura buena suerte, ciertos preceptos de uso personal, ciertos valores básicos que, a pesar de todos los avatares, resisten dentro de la mochila. Yo suelo llevar, como referente para medir mis cosas, el campo semántico del “amar y sentirse amado”, un terreno suficientemente amplio, con múltiples imbricaciones adventicias como para que pueda considerarse eso, una referencia para establecer consideraciones fiables acerca de cómo va mi vida…

(…)

Y en este punto pienso en esas espinas que tiene Amelia, y ya no me quiero alargar más, y he dejado de verle sentido a algunas cosas. Igual que otros días me he servido de una luz inexplicada, y he prolongado aliento hasta conseguir que el texto adquiriera el color de un ligero trotecillo, ahora, pensando en esas cosas que tiene esta mujer, o peor, en las que no tiene, pues la verdad es que acordándome de eso del amar y sentirse amado, acordándome de que en su momento eran el mejor acopio, el que mejor explicaba mi mochila abierta, plena de lindos valores, pensando que ese amar sin metros ni litros en la mente, ese sentirme confortado, amado por mujeres, árboles, metales o piedras y qué más daba, eran un sentido que a todos los viajes me acompañaba, pensando en eso, ahora, con esas cosas que Amelia tiene de más o de menos para que todo tenga un ritmo aceptable, y viendo a la gente por la calle, enervada en sus quehaceres mientras la tarde desfallece, siento cómo se me instala una pereza en el pálpito, acaso un vago rumor de escepticismo.

Y de pronto me siento como si el pellejo en el que nací se me hubiera quedado chico. Tengo que salir de esto.

Porque no quiero, porque estoy harto de más de lo que digo, porque se me tambalea esa inocencia tan guapa que yo tenía, y veo cómo se me gastan las fuerzas, te digo que este texto se acaba, sin importar que nada se haya dado por concluido.



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EN EL AMOR,

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el miedo y la pereza
no paran de enviarse mensajes.



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EL SOÑADOR.

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¿Esperas ríos de plata?

Sal a limpiarles los cauces.



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MUDA,

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el buen nombre cuando
mudan los colores de la cara, cuando
salen despavoridos en pos de la belleza.


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COMPARTO

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Lo que tengo,

lo que está por construir.


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EN ESTE PRECISO MOMENTO,

vivo
según la buena voluntad
del Amor Universal.


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1 de junio de 2012

FRUGALIDAD.


Pues supongo que, de la misma manera que pude empezar a ver amor, a proyectarlo, a desencadenar como adrede mis cambios sobre quien tú eres, y veía en ti un buen lugar sobre el que reflejar lo que soy, y al mismo tiempo lo que quiero ir siendo, y viéndome entregado, también, al deseo inevitable de ayudarte a ser quien eres, y querer con una fuerza incontenible ese papel protagonista en tu vida, esa responsabilidad, ese reto, ese premio, esa guía, ese horizonte, y aún más allá, el alimentar la certidumbre de todo lo que yo sabía que podría construir contigo, ya me dibujaba el presente sucesivo como una macetita o un jardín o una selva que iba a ir creciendo con el aliento de nuestra voluntad compartida, con el calor vivificante de lo que buenamente fuésemos encontrando en nuestras naturalezas, a medida que lo fuésemos necesitando; supongo, digo yo, que todo eso que proyectaba yo, desde mi juego ingenuo y casi ansioso por encontrar en la pared rocosa de tu corazón inadvertido un saliente, por pequeño que fuera, al que yo podría aferrarme con la punta de los dedos y luego ir subiendo poco a poco hasta tener más cerca otra pequeña grieta, otro mínimo resquicio en tu silencio que de apoyo, de precioso aliento me sirviera, una luz diminuta en medio del ajetreo de tus días que me diría que sí, que podía seguir intentando subirte por el alma hasta encontrarte, jadeando, preguntas o respuestas que nos sirvieran para tejer diálogo sin reloj, discusiones o acuerdos o conjeturas o hipótesis acerca de cómo podría ser nuestra manera, de cómo podríamos estructurarnos en una forma que no nos hiciera prisioneros ni nos hiciera de mentira, una forma nuestra que no se desplomase con polvoriento estrépito, ácido rencor o helado silencio a las primeras de cambio; supongo, digo, como para respirar un tanto y apartar un segundo la vista de esta amalgama de lo incierto que me estoy montando a tu alrededor, supongo que de la misma manera que intuía e ingenuamente barruntaba todo eso, supongo que ahora mismo me estoy aplicando en pausarme y abrir el diafragma, para intentar verte en una luz real.

Y un poco por poner cimientos a las intuiciones que me lanzan hacia ti, doy también alimento a la tesitura de que no tengas mis mismas ansias, o mis velocidades o apetencias o tiempos. Supongo que visto así, como hace cientos de palabras escritas he pensado, tengo que tranquilizarme todo lo posible en lo que respecta a ti, poner los pies en el suelo y aprender a seguir amando en medio de la precariedad e incluso la ausencia absoluta de tus señales. Es entonces cuando me amanece diáfana la obviedad de que, aún teniendo para ti mi despensa repleta, es ocioso e injusto el desplegar los mil aromas, los mil sabores de un banquete a quien, dormitando, está por distinguir sus apetencias para el desayuno.

Cierto es que aún mirándonos frente a frente, podemos estar separados por mundos radicalmente distantes. No quiero basar mi más bello tesoro en esas dolorosas ilusiones. Cada persona ha de cuidar de un mundo completo. Este mundo absorbe su atención y reclama, con malcriada exclusividad, su cuidado. Y este mundo particular e intransferible es paralelo a cada mundo de los otros, en los que cada uno, por separado, vive absorto, pensando que lo que uno mismo ve, en inconsciente soledad, es el mismo mundo de los demás.

Amar, entre otras cosas, es saber sin pruebas que hay un camino entre esos innumerables mundos radicalmente separados. Amar es, en un principio, criar ese dibujo en el corazón y tener la suficiente fe para saber que el otro mundo también lo está dibujando. Amar es saber, sin pruebas, que esos caminos que permiten comunicar entre mundos diferentes y compartir vida realmente, existen. En el peor de los casos, el uno o el otro, o ambos, acaban perdidos en ilusiones, bocetos imprecisos y recorridos inexactos, lo que les lleva a una dolorosa frustración y lamentable incomunicación. Pero al que ama, de entrada, ni se le ocurre pensar en eso: monta andamios de desprendida poesía, y así, con generosidad, construye su presencia de ánimo. Con fe.

Yo no quiero elegir entre el peor y el mejor de los casos, como buen enamorado que soy. Aplico mi fe a ir adornando la mesa, a mover a fuego más lento el potaje, a pesar de que cuando decidas levantarte, lógicamente, todo será malaostia y apenas probarás el desayuno.

Igual que antes construía mi vida real con preciosas probabilidades que proyectaba sobre ti, supongo que ahora estoy probando a ser más listo o más práctico, y redacto palabras nuevas, más cercanas al mundo de lo posible y alejadas del pantanoso y resbaladizo terreno de lo probable, tan lindo y prometedor como traicionero e inmisericorde a veces, cuando planta ante tus narices uno de esos finales tan crudamente lógicos. Me duele perder algo de fantasía, eso sí. Me duele echar por tierra, conscientemente, mi ingenuidad, que en este mundo de listos, mafiosos, llorones, miserables, estafadores, vanidosos arrogados, bellezas ensimismadas y estúpidos gobernantes que atronan el mundo con el jactancioso himno de su ignorancia, pues en este mundo, digo, mi ingenuidad, al tiempo que sé que es conveniente ir dándole de lado, también sé que es una de esas cosas que has de llorar desconsolado cuando las das por perdidas. Como la Juventud de Rubén, el Unicornio de Silvio y el Carro de Manolo.

Ahora, con todo el aburrido y sereno saber de mis dolores pasados, ahora, sin abandonar del todo el mundo de la suposición, con todo su frío, con todo su tempo congelado, con toda la elección por hacer, con todo eso en mi pobre mochila, tengo que afinar el apunte de mi itinerario y saber que será con mucho más que poesías como lograré ir subiendo a las cumbres de tu alma. Ahora tengo que seguir sabiendo que existes, aunque silenciosa, en mi mundo de hambre voraz, y tengo que seguir teniéndote presente como primer plato, segundo y postre. Abriré al máximo los ojos, pero no debo negar mi apetito por la posibilidad de mi tiempo y tu tiempo, que se encuentran y construyen nuestra compañía. Pero sí debo dejar, ahora, ese estado de ansiedad por lo que pueda o no pueda ser, por lo que haya de venir o se perderá sin remedio. Debo desmantelar los adornos de mi mente. Debo recogerme en mi frugalidad. Disfrutar de mi cocina.

Sé que la vida está pasando constantemente. Sé que no me detengo y sé que en mi presencia no te detienes. O duermes. O te arrobas. O vives ajena. Es así como te amo y así como amo la vida. Como viene. Hoy mi paisaje es un horizonte helado y limpio, como una tundra que parece inhóspita, pero yo sé que está preñada de vida silenciosa y humilde, llena de canciones de la honestidad y calor de los abrazos. Y luces en los corazones. Y fuerzas concentradas en su propia latencia. Noblezas contenidas. Es como te veo, amor. Pero sin dejar de saber, desde el centro de mi fe, que mi mundo no te es extraño, sin dejar de intuir cuantos palacios hermosos podrían levantar en esta tundra helada tu mano con mi mano, sin dejar de tenerlo presente, debo borrarme ese juego estúpido que iba camino de dibujar para que tú coloreases. No era justo, no era lógico, no era divertido ni constructivo. Tenemos que vivir. Tú sabrás. Tú dirás. También tú tienes que hacer tu mundo y vigilar su cocción y preparar la mejor mesa que puedas poner. También, tú sola, tienes que hacer crecer la pared rocosa de tu corazón, para acabar, también, aprendiendo a mirar por la flexibilidad y consistencia de tu alma, de tu respiración. Como yo. Tienes trabajo propio.


Te amo, y no tengo planes. Y con un amor desnudo e incondicional, sin adornos ni angosturas, cualquier añadido es una rémora excesiva. Te amo, y por ello tengo que limpiarme del ruido de mi angustia por tu respuesta, que no llega. Te amo, y por eso, curiosamente, doy pasos atrás, alejándome de ti, para que sigas construyendo tu espacio propio, y que desterremos, así, la posibilidad de que se vea sucio o atosigado por mi amor.
Las estaciones pasan rápidamente. Mi corazón te está mirando, pero está criado en climas duros, y no puede estar esperando tu atención como único alimento. Antes era una víscera, pero ahora es un motor. Tiene las puertas abiertas a todos, aunque se haya hecho así con frío, con dureza y sin invitados. Cuando tú llames encontrarás la mesa puesta, el hogar encendido. Te amo desde mi vivir con poco, sin pregunta ni respuesta. Sólo así, alimentándome con los restos de luz que caen al abismo, yo voy a hacer lo posible, zarandeando lo probable, para que algo digno, sin sonrisas torcidas, sin lágrimas de colores, siga creciendo entre nosotros.



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PENSAR ES DAR UN RODEO.

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El instinto no tiene intención. No tiene una voluntad velada ni un plan maestro para ti. Está en ti, pero no es tuyo.

El instinto es como una mujer preciosa que va por la calle con un vaporoso vestido de flores, completamente absorta en vete tú a saber qué, ajena a que existes y a que con su meneo y la fragancia que va soltando al ambiente, ha trastocado todas las fórmulas de tu química interna.

El instinto está en ti, pero vive completamente despreocupado de ello: no lo sabe ni lo quiere. El instinto está bien en el mundo, pienso yo, porque aunque no haga gala de ello, está para encenderte una lucecita interior que, sin cables ni electricidad, abre los resortes que no entiende tu voluntad consciente o tu pobre sentido de la lógica. Con suma elegancia permite que superes las trampas que te pone tu mente. Guiado por el instinto, siguiendo su fina desenvoltura, tendrás forma y redacción para afrontar la razonable crudeza sobre la que está montada esta puta vida.

Si te cruzas con tu instinto, si te ha mirado con dulzura pasajera, sin con despreocupado e inocente desdén te ha brindado las mercedes de su aroma, como una mujer hermosa absorta en su contoneo, sigue sus pasos, atiende a sus señales y escucha todo eso que no te quiere decir. Porque si os habéis cruzado por casualidad en una de las calles de tu alma, sin que lo sepáis, él, tu instinto, tiene un papel para ti, y tú tienes, como mínimo, una oportunidad: la de sostener o explicar o comprender o sentir tantas cosas que a ti te pasan desapercibidas, tantas cosas que de otra forma no verías ni sabrías explicarte, y que son esas cosas que importan sin que tú lo sepas, y que en tu vida están pendiendo de un hilo, oscilando sobre el abismo más insondable.


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CIERTA INDEFINIDA ORIENTACIÓN.

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¿Por dónde me llega el amor?

¿Por dónde me llega el juego sucio?

Por encima de estos extremos de mi incertidumbre, por encima de la sospecha fatal de que tengo el tino perdido, por encima del temor a equivocarme en cada una de estas identificaciones, debo fiarme de mi instinto. Sin más. Y sé que debo perseguir, poner mi empeño, mi fe, sólo en algo que me ayude a avanzar. Esa es una luz intensa que no puedo apagar. Que los cambios que vengan me sirvan para superar cosas que ahora mismo tengo bloqueadas, sin avance. Se me ocurre que, habiendo hecho una lectura global de mi situación y actitudes con respecto al amor y asuntos adyacentes, una lectura que me ha llevado su tiempo y algo más, y durante ese tiempo, y sobre todo gracias a ese algo más he sabido mantenerme conformado, paciente y hasta cierto punto, incluso sereno en mi camino en soledad, pienso, en mi brumoso y sencillo parecer, que un crecimiento digno y contundente podría venir dado por el encuentro y la construcción de alguna de las formas de la compañía, y hacerlo en acuerdo compartido con una mujer de carne y hueso, sí, y por aventurar ese acuerdo lo más alejado posible del encuentro momentáneo, de la precaria tangencia de las carnes, que sólo está animada por el furor acumulado, que se descarga puntualmente, por el deseo caprichoso y animal, por qué no podría yo desear (líbreme la fortuna de querer excluir con ello la posibilidad de mordiscos inmisericordes y arañazos apremiados por la impaciencia del ardor irracional), desear, digo, en esa mujer de antes de mi torpona disertación sobre los sudores, desear en ella un espíritu colaborador, comprensivo y afín. ¿Será mucho pedir? Comprensión entendida desde el ansia de completitud y la esperanza de la reciprocidad. ¿Sería posible? Que ella y yo nos pongamos en nuestras manos, confiados, sin dejar de estar en nosotros mismos. Que nos podamos amar con cuidado y sin precaución. Eso me gustaría. Y a ella también, supongo.

Y a mí, pidiendo estas cosas en mi vacío, en esta especie de remedo de la serenidad, se me ocurre su nombre. El nombre de ella. Y pienso en el nombre y detrás sólo está ella, no otra con su nombre, no otra que se le parece. Y me viene ella y me pongo a poner atención a su señal, ¿qué quieres? Me veo así, pendiente de algún tipo de marca en mis días, que me diga que no se me equivoca el corazón, que no me anda descaminado el brumoso entendimiento cuando atiende a los debates que se me andan tramando en la boca del estómago. Y aún así, qué más da, uno sigue pendiente de ese nombre que precede a una mujer concreta, y se mantiene atento a sus mínimas señales porque total, qué escuela tiene uno para guiarse decentemente en estas cosas, sino la colección de inexplicables chispazos hormonales a los que uno empezaba a atender en la pubertad aquella, tan alejada, pero que en estas cosas uno nunca llega a destetarse del todo. Y en estas señales, que el adulto siente absurdas, alejadas del sentido común y la buena marcha de la vida real, uno nunca deja de intuir que ella, o lo que ella tiene de extraño o inexplorado o incomprensible, es al mismo tiempo un foco de atracción irresistible. Y es algo parecido al ímpetu agonista que tiene la gente que se queda atrapada en los incendios, que no sólo no hace por escapar del peligro, sino que unas veces se queda clavada en el sitio, observando fascinada el fuego que avanza irremisiblemente, y otras veces, incluso se acerca con paso trémulo hacia la perdición, como subyugada por la fatalidad. Y esta capacidad suicida –con respecto a los inexplicables impulsos de las vísceras– no sólo no se pierde con el tiempo y las decepciones, los aprendizajes de la madurez o del cansancio, ni con la seriedad de la vida adulta. Qué va. Al revés, que uno como yo, al menos, hace la lectura de que salvando esta fascinación suicida por el incendio femenino, todo lo demás, todo lo que en este mundo tenemos bien clasificado y explicado, todo lo que en la vida tiene una razón delineada y un fundamento ineludible y necesario y lógico, todo lo que nos hacen ver como bueno y conveniente en nuestras vidas, pues todo eso, a uno como yo, no le parece más que una absurda y soberana estupidez. El jodido y aburrido camino hacia la decrepitud y la muerte. Un juego de mierda que nos tiene puesta la jáquima y el serón y la montura desde que nacemos hasta que morimos. Y todas esas cosas ilógicas y salidas de madre, pues nos las han ido identificando como “locuras“, y nos educan para que las callemos y no les hagamos caso, para que las mantengamos ocultas bajo la normalidad. Y yo no dejo de ver que es como si llegáramos a una linda ciudad desconocida y nos diseñaran los recorridos y nos pusieran una hora de salida y llegada al hotel, y nos impusieran el menú y nos dijeran el hambre que podemos tener, como si nos dijeran dónde hay que ir y a quién hay que conocer. Huele a cuerno quemado... ¿no será que no se quiere que la gente se desmadre y empiece a soltar chorros incontrolados de intuición y percepción crítica, tan inclasificables en los perfiles de clientela potencial, tan incontrolables y extraños a lo que espera y necesita para su autorregulación la concepción judeo–cristiana del amor...?

Y sí, firmo y afirmo este mundo extraño basado en los cimientos líquidos de la intuición, en las fronteras gaseosas e inestables de la pasión. Y continúo en esa persecución de lobo hambriento que babea por un alimenticio aroma invisible. Sin descanso. Sin guía fiel. Sólo con un mapa interior, reinterpretable a cada segundo. Haciendo las lecturas sólo en la propia fuerza del pálpito y del aliento. Y así me va. Pero me miro las cicatrices y el pellejo maltratado, la piel curtida por tempestades saladas puntuales, los labios agrietados, y si al mismo tiempo de verme todo eso, me acuerdo de que todo eso venía acompañado de relámpagos deslumbrantes que iluminaron todo mi mundo, de sonrisas que me recorrían instantáneamente el cuerpo, y me acuerdo de que esas sonrisas vinieron acompañadas de unos ojitos soñadores y unas manos que me comprendían, que aceptaban en el momento mis cumbres y miserias, mis fallos, mis acentos, y tenían además sus concavidades un cierto gusto por explorarme, y esas sonrisas y esos ojos soñadores sabían darme lo mejor de su aliento, y me lo daban en un idioma que a mí me dejaba sin dudas y sin capacidad para negociar... Y saboreo otra vez esas cosas, aunque sea en el recuerdo que se pierde, o en el presentimiento ilusionado, y me digo, esta vez con alegría, así me va, y que le den porculo al mundo establecido, que explote mi balance negativo. Cuando llega la hora buena, el resto del tiempo, el pasado y el por venir, están de más.

Ahora pienso en ella, como tantas veces he pensado en castillos que acabaron desmoronándose ante mis ojos, y no puedo, no tengo fuerzas para dejar guarnición en el campamento. Voy con las mejores banderas de mi fe. Voy hacia el abismo, quizás, pero voy a romperme el pecho o la vida entera por una bonita batalla, con toda su sangre, su dolor, fuego e incertidumbre. Y si caigo, pues ya tienen su cota los cronistas, que ya contaba con esa posibilidad, entre muchas otras, desde el primer día que empecé a amar. Daré con gusto, al fin, primer plato a gusanos y buitres, guano a las yerbas del campo de batalla, explicación y tranquilidad a los enemigos de la locura de amar sin armadura y hasta la última consecuencia, y si consigo caer con estilo, pues con eso daré también algo de poesía épica.

Y se apagará, como corresponde, la última fuerza del corazón, pero con la última luz, con la última sangre, voy a dar las gracias por cómo me va y por cómo me ha ido. Daré las gracias a mi flaca bravura por todo lo que perdí, porque me enseñó a poner con humildad, una y otra vez, un pie y luego el otro, un poco más adelante, en el suelo, levantando el cuerpo, haciendo avanzar al ánimo dolorido. Daré las gracias al universo inconmensurable por todo lo que no me ha sabido explicar, en la victoria o en la derrota, porque con indiferencia por el resultado, ha conseguido que yo tenga que llevar a mi alma, a mi corazón, más lejos, y los ha hecho más anchos, más profundos cada vez. Los ha llevado más allá de la explicación, más allá de la estrechez de mis torpes expectativas.

Daré las gracias, entonces, por cómo me va hoy, pensando en ti, sin saber adónde voy ni qué equipaje llevar. Y daré incluso las gracias a Dios, si es que Dios hace lo posible o lo imposible por ser o por existir, si es que tiene la divina conciencia de que puede haber uno como yo, que le va como le va, pero que buscando meter mano plena a su vida, y viendo cómo la velocidad de su luz va a ir decreciendo inexorable, de pronto necesita, urgentemente, por amor, dar las gracias a Dios.


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