9 de octubre de 2011

UN PREFACIO O ALGO ASÍ

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Antes de enseñar a la gente lo que escribía, cuando empezaba a darme cuenta de que no sólo estaba anotando las cosas que se me ocurrían, sino que estaba anotando mis cosas para ir aprendiendo a hacerlo bien, o al menos de una manera que a mí me gustara, y acabar enseñándoselo a la gente; antes de decir siquiera por primera vez mira lo que he escrito, yo, que nunca me he visto muy contundente ni seguro de nada, pues yo pensaba en qué pensarían ellos después de escuchar mi frase y encontrarse ante sus narices mis papeles escritos. Por supuesto que en vacío, antes de hacer nada, ya me había hartado de tirarme piedras a mi tejado, y me imaginaba que los amigos y los familiares aguantarían por compromiso. Y no pensaba mucho más allá, de verdad que entonces no cabía en mi cabeza un público más amplio que la gente que ya conocía. Qué obligación tiene nadie, me decía yo. Y tenía unos temblores que me dejaban estirado el pellejo: escribir me parecía difícil, y más difícil todavía reconocer que eso que escribía no iba a ser para mí solo. Y qué maldita necesidad tenía yo de sacar los pies del tiesto, me preguntaba con un pellizco en la barriga, y dentro de ese temor, intentaba elegir lo más cuidadosamente posible quiénes decidiría que iban a ser los primeros en aguantar el compromiso o (por una remota casualidad, esperanza que yo abrigaba) descubrir su curiosidad por mis cosas. En cualquier caso, el motor verdadero de mis temblores es que estaba seguro de que los que no tenían costumbre de leer, ya se sintieran obligados por un compromiso o curiosos por mi ofrecimiento, iban a pensar: y dónde irá éste escribiendo. Por otro lado, cuando me planteaba la posibilidad de enseñárselo a gente que sí solía leer con frecuencia, diariamente o al menos de vez en cuando sin que nadie les obligara, yo pensaba que por qué iban a sacar tiempo para mí, y dejar de leer los libros que se habían comprado o sacado de la biblioteca, o que les habían regalado sus novios o sus novias o sus tíos o sus vecinos en la comunión. Yo pensaba que cómo iba yo a competir con escritores de verdad, con sus libros publicados por miles y miles de ejemplares en ciudades muy lejanas, con las portadas en color y letras guapas en todos los tamaños, y traducidos de idiomas desconocidos en mi pueblo y sin rastro de típex. Claro, una gente que lee cosas de verdad, una gente con ese mundo, iban a pensar: y dónde irá éste escribiendo.

Yo, antes de hacer nada ya estaba acojonado perdido, porque sabía que las opiniones tanto de unos como de otros iban a ser fuertes para mí, que ya en aquel entonces estaba casi seguro de que no iba a vivir de goles por la escuadra ni canastas en el último segundo, ni de mis grandes inventos ni de mis músculos. Ahora sé que aquello era terror. Y contra eso no podía ayudarme ni mi madre, que ella estaba descartada desde el principio, porque yo sabía, con ese sentido intuitivo que tiene uno desde chico para pensar cosas que te joden la vida, que ella, incluso antes de empezar a leer ya iba a decirme: y dónde irás tú escribiendo.

Un maestro que tuve, que ya escribía entonces, y al que le pregunté en aquel tiempo, me dijo que para escribir, hay que vivir y escribir. Yo ya había empezado escribiendo algo, pero en la parte de vivir, yo estaba poniendo este sinvivir, y la verdad, dudaba de que eso valiera.

Por suerte y por desgracia y por otras cosas, mucho de lo que me temía por aquel entonces, hoy sé que es verdad, es mentira y otras cosas. Por vivir, e ir escribiendo mientras vivía, he aprendido una cosa que, de tan simple y tan sencilla que es, parece tonta, y al final casi nadie le echa cuenta: el sinvivir es vivir y el vivir es sinvivir cuando me pongo a ello. Y esto lo aprendí con mis junteras y mi esfuerzo, y lo aprendí con tantos amores que yo pedía o que daba, con tanto querer que me rechazó o cuando salí por pies, por hartura o por no ser una mala compañía; lo aprendí de trabajarme en cosas dignas o ruinosas, que pasa el tiempo y todo se va moviendo de un lado a otro, y las amistades más profundas te parecen convenidas y al revés. Y cuántas cosas honorables te han acabado dando vergüenza, y cuántas cosas buenas te han venido de la mano de tanto miserable. Todo, todo eso lo he estado aprendiendo por mi cuenta y por la cuenta que me traía. Y escribiendo vi cómo flores tiernas de bellísimos colores inexplicables, de la ternura de los primeros flanes que probaste allá en tu primera infancia, y cosas mucho más pragmáticas y muchísimo menos cursilonas brotaban de los rajones sangrantes de mi corazón malherido; y mi cabeza vacía y desorientada por la mierda negra que a veces sin medida ni sentido todo lo cubre, encontraba lo justo de audacia o de ingenuidad para animarse a dibujar con pulso tembloroso otra raya del horizonte y decir:

-A partir de ahora, esta mierda negra que sin medida ni sentido todo lo cubre, a partir de ahora, va a tener un arriba separado de un abajo. Y ya veré si quiero que tenga un cielo azul luminoso o de otro color que se me ocurra por el camino, porque va a ser el cielo de mi mundo, si es que el mundo de los otros no me vale. Y bienvenidas sean las músicas de todo timbre, las mujeres hermosas y los vinos perfumados. Bienvenidos sean aunque vengan cabalgando tempestades con espuma de rayos y bestias furiosas escupiendo comida que se echa a perder. Que venga lo que venga, aceptaré que traigan de la mano océanos de luz, preguntas sin respuesta o heridas misteriosas de amores cobardes sin techo; que vengan rayitos de esperanza o aires limpios del campo llenos de distracciones para el espíritu o pájaros arrancando cables de la luz. Que lo que venga, venga ya, a ver si en poco tiempo y con el menor dolor posible vamos parcheando mi mundo con cosas nuevas, hasta que ni me acuerde de que al principio todo era una mierda negra en la que hice una rayita en el horizonte.

El tema es que uno hace su suerte. A veces es buena y a veces es mala, pero es la que te has hecho. Y no sólo es el tiempo lo que pasa, qué va, son las cosas, que se suceden y así vas midiendo el peso o la bonanza, la ridiculez, la magnificencia o la podredumbre de lo que conquistas o te encuentras.

Y ahora todo me parece muy sencillito y hasta simple. Aquí presento unos textos, y muchas cosas no han cambiado esencialmente. Claro que es importante lo que los lectores saquen de ellos, aunque sí he aprendido a no verme bloqueado por opiniones a la contra, que hay tantas cosas a la contra, que casi las necesito, que si no las tengo no me hallo. Se me han aflojado los músculos de los ojos de tanto esperar cosas que me prometían lo sublime y no eran más que estúpidas falsas alarmas. Y a pesar de todo, no me explico cómo sigo reaccionando con buen espíritu honrado. Supongo que es mi buena leche, que me inculcó la bondad como fin último, y el espíritu colaborador y positivo y el amor al prójimo. Y todas esas cosas que quedan tan monas en las mentes de los que nacieron con el culo a salvo, en los corazones henchidos de agradecimiento para con el Altísimo, Hosanna, Hosanna allá en las alturas. Y ya está bien de tanto pseudoanalizarme, que me quedaré seguramente corto, y no quiero por nada del mundo añadir esta vergüenza a mi nómina de hechos sonrojantes. Ya está. Ya está. Presento mis textos porque ahora son lo mejor que hago. Me han ocupado un largo tiempo en el que podía haber buscado ocupaciones más dañinas para la marcha del Universo, me han liberado de tramas y lecturas venenosas, y mientras otros se estaban poniendo las botas en el sector de la corrupción inmobiliaria o el tráfico de estupefacientes a baja, media y gran escala, pues yo estaba escribiendo, y eso, en este pobre mundo que sólo sueña con tener lo máximo haciendo cada vez menos, pues ya es algo.

A veces tenía en la cabeza o en el corazón un texto limpio como una mañana de verano. Yo quería colaborar, en mi medida, con que las cosas fuesen mejorando. Y leyéndolo después de haberlo escrito, aunque estoy bien con el intento, no puedo esconderme de que la verdad es que la movida, la mayor parte de las veces, me ha salido como una mierda. ¿Y qué? Soy limitado, hombre. Y vaya descubrimiento, tanto meollo en la basura para una conclusión tan pobre, tan poquita cosa. ¿Y qué? ¿Para quién estoy trabajando, si no es para mí mismo? Si descubro algo así, que iba de arquitecto y no tengo techo levantado, que iba de gourmet y las tripas me atronan con su poquito arroz blanco; si mi aportación, si el mundo alternativo al de los otros (que no me servía) es sólo esta fritura de decepción y pequeñez, ¿por qué no voy a rizar el rizo de mi estupidez, y en vez de lamentar las horas de sol que he perdido, sigo adelante y ocupo la noche al ordenador? ¿No soy yo quien dice qué es vivir y qué es sinvivir? ¿Acaso no soy yo quien decide y valora, quien asume el debe y el haber en este negocio ruinoso?

Me he criado con himnos que me han sacado de mí mismo, me han conmovido hasta hermanarme con pasiones que no conocía, con fábulas plenas de esperanza o desasosiego, da igual, las recibí como primeros platos de mi madre, como nervio sabio de mi padre. Y cómo no iban a arrebatarme, y cómo, pensando que toda esa magnificencia la ha escrito gente, con dolor y alegría como yo, con dignidad y mezquindad, y tantas otras cosas que yo sabía que todos tenemos, cómo quedarme indiferente, cómo no empezar a decirme que si unas palabras escritas me han dado vida, voz, fibra y amor, yo también podría intentarlo, a mi manera, con otros. Cómo quedarme tan tranquilo, con el tesoro en mis manos y no hablar siquiera de la deuda en que me siento con todos ellos. Y cómo ponerme al menos a la altura de esa deuda si no es lanzándome, como ellos, a este sueño imposible.

Los pájaros de mi cabeza me cubren de mierda, y el griterío ensordecedor hace que pierda constantemente el hilo de las cosas normales de la vida, pero me desvivo para que sus nidos encuentren acomodo. ¿Acaso no son esos pájaros los que me siguen alimentando la certeza, de que pretender el bien en este mundo no ha de llevar por fuerza a la estupidez, al fracaso, la locura? Y aunque así fuera, yo soy consciente en todo momento de que libro esa batalla sin sentido. ¿Y cuantas cosas sin sentido están llenándonos nuestras vidas? ¿Y cuántas veces –seamos conscientes de ello o no- nos ha faltado talla para encontrar sentido en ciertas cosas? ¿Y a quién mierda le importa nada de esto si yo soy YO porque cabalgo hacia el precipicio? De niño he leído a algunos GRANDES y yo, pobre imbécil desdentado, quería ser como ellos, acercarme todo lo que pudiera. No me enteraba de nada. Yo soñaba que en el futuro mujeres hermosas se destacarían de entre la muchedumbre y se lanzarían en tropel a competir por mi amor o mis atenciones, yo soñaba que el mundo iba a mejorar ostensiblemente por mi concurso, tú. Un antes y un después. Sí, ríete, pero ahora que escribo esto, ahora que ya es el futuro, y anoto y subrayo mi pobre y tonta inocencia, bajo mi apariencia de derrotado que cabalga hacia el precipicio, en mi mente, en mi corazón, y qué lástima que nadie lo vea, mientras cabalgo hacia las lágrimas de la decepción y el desperdicio que aporto a mi casta entera, dentro, muy dentro, he criado los compases de una sinfonía grandiosa de tintes épicos, que pone banda sonora arrebatadora a la dignidad y pureza de mi corazón tonto que cabalga hacia el abismo, un número final que no oirá nadie más que yo, pero que va ensanchando hasta el dolor las fibras de mi espíritu, siempre fiel, siempre fiel hasta embriagarme en el momento final, con la certeza de que cuando la palme, va a morir algo más que un inocente, algo más que uno más de los que intentaron tanto para conseguir tan poco.


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1 comentario:

  1. Me he sentido identificado. Así que, decirte que haces bien escribiendo lo que vives y "desvives", es como decírmelo a mí mismo. Bravo! !!
    Pedro de la Rosa

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