13 de mayo de 2011

ON THE BASS, REFLEX BODY?

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No sé de qué habla este libro, no sé si puede sacarse algo de él, algo útil o divertido. Solo sé que sale de un arranque que no sé a donde va. A algunos esto les parecerá algo estúpido, pero es realmente excitante. Mientras se escribía “El Gran Shit Appeal” –que es fruto del paro y largas noches sin tele- las palabras han seguido el ritmo de un caprichoso albedrío hasta llenar un sucio bloc de hojas de cuadritos. Hay palabras que manchan y palabras que limpian al hombre, hay ideas que manchan e ideas que limpian la vida. La manchan no sé con qué y la limpian no sé de qué, pero esto es así. No sé dónde le corresponde estar a un libro que ha sido echado de cualquier manera al mundo, pero poco importa eso: me reconforta la idea de que manchará o limpiará algo.
Todas las mañanas te levantas pensando en qué vas a comer, qué vas a beber, con qué vas a cubrir tu cuerpo, cómo vas a protegerte de los elementos. En eso nada nos diferencia de los gusanos de seda, de los helechos del Cretácico o de las aves del cielo. Ni ellos ni nosotros han conseguido añadir una sola hora a su existencia, sin embargo nosotros vivimos en la desazón, en la búsqueda de explicaciones, nos afanamos por el día de hoy y el de mañana. Y damos la espalda al hecho de que para que nosotros sigamos viviendo, alguien tiene que caer derrotado. Eso es lo natural. Nos sentimos con pleno derecho a desnudar, a descifrar la vida; queremos desplegarla hasta llegar al folio primigenio, pero la vida es una imponente construcción origami que ha crecido con los dobleces ya hechos. No hay un manual de retorno, no hay posibilidad de desplegarla, y por tanto, repetirla: esa es la mayor factoría de nuestra angustia.
Y ante eso, ¿hay que hacer algo? No lo sé, pero algunas veces, cuando me siento en una silla y pienso las cosas despacio, me viene la convicción de que todo es una portentosa estupidez, de que el mundo es absurdo y violento, de que yo mismo soy un inútil cuyo mayor tesoro es la miopía (que me obliga a acercarme a las cosas). Si te sientas en una silla y piensas las cosas despacio, la vida es un páramo desolado y silencioso.
Pero hay que vivirla. Hay que comprometerse a convivir con ese vacío, con esa fractura entre lo que es la vida y lo que nos contaron que era, entre lo que es y lo que nos gustaría que fuese.
Ese fracaso, ese vacío, no constituye una tragedia, sino un inicio. El clown llama a esto “salvar el show”.
Ante ese vacío sólo hay un verdadero placer: encontrar en ti mismo algo de real y mostrarlo. El clown ilustra ese vacío con lo único que tiene de real: su más absoluta ineptitud. Cuidando de no faltar al respeto, sin acritud, sin descaro ni ironía, exterioriza su propia incapacidad.
Hacer “El Gran Shit Appeal” es un patético ejercicio de sinceridad, el hacer algo cuando ya no queda nada por hacer. La sinceridad que pone en juego no revela una verdad útil, no pretende aportar nada al engrandecimiento o al declive de la Humanidad, sólo habla en voz baja de lo pequeños que somos, del absurdo que compone el tejido de nuestras vidas. El Shit Appeal (El que atrae a la mierda) se presenta aquí como “El Gran...”, como una estrella de circo mundialmente famosa. Convocará en grandes carteles de mil colores a todos los espectadores posibles, todos los focos apuntarán a la pista central, la orquesta parará su música atronadora y, tras un redoble de tambor, en el centro de la pista aparecerá un libro tonto y transparente, que moverá los brazos sin saber qué decir, un libro de blancura inmaculada que algunas veces reirá como para excusarse, gritará violentamente para llenar el tiempo y se quedará con la vista perdida en el infinito esperando que alguien del público se levante de su sitio y se vaya a su casa sin rencores. Eso hará que El Gran Shit Appeal respire tranquilo: por fin alguien entiende que no había nada que decir, que él sólo quería verse desnudo ante sí mismo y ante cientos de espectadores; y que nada iba a sacar de esa desnudez. Igual que los alpinistas que escalan montañas insalvables para volverlas a bajar, como los nadadores que recorren 3000 metros al día en la misma piscina para luego secarse y ver la tele; o como los ciclistas que pedalean cientos de kilómetros para conseguir volver a casa.
Volver a casa, encontrarse a sí mismo, en el centro de la propia ineptitud.
Este libro habla del libre albedrío, de la voluntad sin gobierno y del juego grandioso y desquiciado de mi estupidez. Cuando me siento en una silla y pienso las cosas despacio, mi mundo se reduce al cerco de luz que proyecta el flexo sobre la mesa. A la luz del flexo se han acercado muchos, supongo que unos por afinidad, otros por curiosidad, otros porque se equivocaron y otros por no tener nada mejor que hacer. En este mundo, y por pleno derecho, se ha establecido Plastiman. De él puedo decir que tampoco sé de qué habla, tampoco puede asegurarse que de él salga algo útil o divertido. Pero no se desazona por qué va a comer o beber hoy, o cómo va a cubrir su cuerpo. A cada día corresponde su propia angustia, y él la atempera con su simple libre albedrío. Puede formar con su cuerpo el dibujo más enrevesado e inverosímil. En “El Gran Shit Appeal” podemos ver veinticinco de sus posturas, pero podía haber adoptado cualquier otra: Plastiman no es un personaje que se estira, se contrae o se deforma, no, es un ser multiforme que se dibuja a sí mismo sin ningún esfuerzo, pues goza de total libertad molecular. Precisamente por ser libre, elige no decir nada. Ese es su territorio, el moverse sin ningún sentido, el movimiento más gratuito y complicado es su único mensaje.
Ya he hablado bastante de un libro que no sabe qué decir. “El Gran Shit Appeal” sale al escenario y se coloca ante al público para desnudarse (desnudarme). Está quieto y callado porque sabe que la vida seguiría su curso aunque él no hubiera aparecido. Sabe que nada es importante, pero también sabe que si no hubiera cosas sin importancia, la vida se levantaría un buen día pensando sólo en qué comerá, beberá o con qué cubrirá su cuerpo, pensaría que todo tendrá, a la fuerza, una razón de ser, una función. Y el aburrimiento y la angustia se instalarían para siempre en sus entrañas. “El Gran Shit Appeal” lo sabe, y se coloca en la pista central, tonto, transparente e inútil, para manchar con no sabe qué o para limpiar no sabe de qué a la vida; sabiendo que es estúpido, prescindible y absolutamente necesario. Todo a un tiempo.
Los samurais no sólo visten su cuerpo para protegerlo, también pretenden atemorizar al enemigo. De la misma manera, cuando lo ven a una distancia prudente, gritan en alto su propio nombre, proclamando también sus virtudes como luchador, enumerando sus hazañas más famosas. Luego gritan el linaje del que proceden, enalteciendo la valentía de sus antepasados, advirtiendo al enemigo que la batalla va a ser fiera.
Aprovecho así para recordar a los que se han acercado a la luz de mi flexo y han entendido que publicar “El Gran Shit Appeal” es una cuestión de honestidad. Con su aliento y mi libro encuentro fe para la batalla.




“On the Bass, Reflex Body?”. Texto de presentación del libro “El Gran Shit Appeal”. Publicado por Ediciones Virtual. Granada. 2000.

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