15 de mayo de 2011

Los ardores descansando.


Ahora parece que los entusiasmos contigo se me han ido cayendo a cachos por el camino. Lo que antes me venía como deseo que iba derivando a un estado de ansiedad, ahora lo veo como un burdo hastío que se desliza hacia una sensación de domingo por la tarde en soledad: chungo para escuchar a Radiohead, Antony & the Johnsons y Jay Jay Johanson, chungo para leer cómics de Jeffrey Brown y los aforismos más descarnados de Cioran. El ocio, las referencias y el trabajo acotados, ya ves, querida. Por qué habré salido tan atravesado, que parece que sólo encuentro cancha en cuestas empinadas como tú. Por qué no soy un tío normal y apaño mi poquito de felicidad con alguna bonita heredera de una ferretería del pueblo, o algo así. Desde que te vi la flor, se clavó en mi la certeza de que amarte me iba a acercar a los que van hablando solos por la calle, pero perder ese ardor precioso, perder esa dulce hiel en las entrañas, me ha dejado tirado en una normalidad plana sin estridencias, una melancolía sosa y acostumbrada a pasar desapercibida, pues no le encuentro entidad, a estas alturas, como para que pueda albergar algo parecido a un dolor real. Ya con llamarlo normalidad escuece lo suficiente para mi. ¿Has pasado ya por mi vida? ¿Estoy alejándome ya de eso que yo intuía como un punto de tangencia entre nosotros? Quizá esté equivocado en eso, y en realidad sólo me estoy alejando de ese ardor ácido y puerilmente urgente del enamoramiento, que es una estupidez con ínfulas épicas, con la sola razón de existir de la justificación racional (¿) de los coletazos de la intuición, que además no es más que una especie de verborrea pseudoespiritual provocada por el insistente rezumar de los péptidos, que nos convierten en simples juguetes de verdaderas tormentas de polución hormonal. Puestos a mirar la situación en sí, me parece que voy a estar mejor en la serenidad. Aunque todo sea mucho más aburrido. Mejor en mi centro y en mis cosas, aunque solo. ¿A quién quiero engañar pensando que se puede perseguir la serenidad en medio de una batalla hormonal? No parece un planteamiento serio. El enamoramiento es como salir de la serenidad por la puerta grande, pero, ¿y el Amor? ¿Es posible-compatible el amor por-con una mujer con una búsqueda profunda, seria y efectiva de la serenidad? Quizá tenga que definirlo todo. La verdad es que del enamoramiento saco apenas unos poemitas, algunas audacias y mucha frustración y tontería. Para mí que está sobreestimado, el enamoramiento. Es una completa pérdida de tiempo cuando de tanto debate no se consigue destilar amor, o en su defecto, compañía, o en última instancia, contacto carnal. Se queda como simple entrenamiento emocional, que no está mal, pero está lejos de estar bien. Un entrenamiento sin competición real en el horizonte. El deporte por el puro deporte, el puro devaneo emocional de un corredor de fondo sin público y sin meta. Quizá sí, tengo que plantearme una definición seria de “serenidad”, y otra más profunda o más nítida o concreta o acertada o profunda o pertinente de “amor”. No sé, quizá necesito algo más cierto y menos lacerante. Quizá tengo que afinar más profundamente en esas definiciones para conseguir saber de una vez en qué leches estoy poniendo el interés. Debo aclararme y saber si son compatibles o incluso identificables esas búsquedas. Saber si son excluyentes. De entrada ¿dónde está la gracia de una búsqueda carnal, o espiritual, o astral, que exija del interesado un proceso de pérdida, mortificación o renuncia? No merece la pena. Es rápido de decir. Pero se me ocurre que me acabo encontrando disyuntivas y jodiendas a poco que inicio el paso hacia cualquier mundo externo a mi, ya sea físico, mental, conceptual, espiritual o emocional.

La única verdad de todo esto es que me resisto, me niego a entregarme al desaliento. La vida real no puede ser tan subnormal. Yo mismo, y supongo que también la gente, tenemos derecho a una oportunidad de acercarnos y oler, al menos, el sublime pastel, porque, ¿qué hago viviendo, es más, qué hago escribiendo esta sarta de estupideces, si al final la serenidad es sólo para los budas y el amor sólo está en los sonetos? Me resisto y me niego, y calentaría a la gente a que se echaran a la calle con antorchas, cacerolas o metralletas, con palos piedras y corazones enardecidos, alientos desbocados, para exigir en nuestras vidas normales el Amor y la Serenidad A LA VEZ. Yo, al menos, mantengo esa ascua, con su mínimo y pálido resplandor, como semilla de un universo en potencia, como alimento de un virus iniciador de una debacle regeneradora, y la aliento y le cuido ese brillo mortecino, para que no se pierda y no llegue nunca a decirme a mí mismo que ese amor que yo te decía en los poemas de antes, ese incendio que me revolucionaba al verte o pensarte, eran un capricho, un alarde o un invento.



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