2 de marzo de 2011

Pregúntale al sauce.

Últimamente estoy diciendo constantemente y a to Cristo que estoy en una época de cambios... Bueno, creo que esto es un poco incoherente, porque creo que siempre, constantemente, se está en época de cambios. Otra cosa es que no siempre estamos pendientes de que todo se está moviendo. Esto es como cuando tienes una quemadura en el brazo, que percibes que todos los tropiezos del azar y los saludos de los conocidos van a la herida. Todo en este mundo es cuestión de dónde tienes puesta la atención. Y muchas cosas, sencillamente, no existen si no estamos atentos. Funcionamos como cuando tenemos una quemadura en el brazo: sólo en épocas de estados carenciales o procesos febriles proyectamos la necesidad de cambiar. Sólo cuando truena. Nos damos cuenta de que la vida va dando vueltas cuando no nos conviene lo que tenemos ante las narices. Y aún así, creo que estamos muy mal educados en este siglo -y en el anterior- a nivel general, para el cambio. Esperamos que las cosas cambien, y nunca pensamos en la pertinencia del verbo esperar, que tiene dos interpretaciones igualmente pasivas: o esperar (en un nivel temporal) a que nos vengan las novedades, o tener la esperanza de que todo se resuelva con un giro imprevisto. No nos damos papel activo en el movimiento perpetuo de las cosas: las cosas cambian, a veces, porque nos esforzamos en ponernos en disposición de que cambien, si mejoramos (si cambiamos) conscientemente nuestra relación con ellas, o nuestra opinión acerca de ellas, que a veces sucede que todo lo negativo que tenemos en nuestro panorama vital no es más que una mala opinión que tenemos enquistada. No somos conscientes de que, miserablemente, nos estamos quitando de enmedio en algo que tendríamos que observar con las mangas arremangadas: el cuidado de nuestra propia evolución, la mejora de nuestras condiciones vitales.

Y un paréntesis acerca de ritmos: puedes cambiar yendo a la peluquería o yendo al dentista. Me explico:

En el primer caso tomas puntualmente una decisión y, si la cosa no se tuerce, tienes tu giro deseado en cuestión de una hora: puedes ir como los Metállica en sus primeros discos y volver como Bon Jovi, o sea, como los Metállica en la actualidad: toda una renovación capilar y espiritual ¡en menos de una hora! Dejando de lado mi opinión musical, de la que sólo tengo cualificación a nivel usuario, en este tipo de cambio, se hace una toma de conciencia (o no), se adopta una decisión y se realiza. Todo está en una secuencia lineal sin vuelta atrás. Y no es imprescindible el estudio profundo de pormenores previos o consecuencias deducibles de tu intento. Es más, la mayor parte del tiempo, cuando tomamos decisiones, cuando creemos estar llevando las riendas de nuestra vida, realmente no hacemos más que improvisar alrededor de nuestras incomodidades, observar superficialmente nuestras apetencias y decidir como algún personaje de alguna película de los Coen: nuestras pasiones nos ciegan, hacemos cualquier cosa que más que solucionar acaba enmerdándolo todo, y después vamos poniendo patéticos parches que, de cara al exterior dejen un aspecto decente a la situación y de cara al interior, mantengan a flote y con un mínimo de dignidad la imagen que tenemos de nosotros mismos.

En cuanto a ritmo, también hay cambios que nos obligan a manejarnos con más profundidad, pues hay situaciones que nos impulsan a mover el culo, que no empiezas viendo las orejas cuando ya tienes el lobo encima. Hay cambios tipo ir-al-dentista-porque-necesito-una-sonrisa-tipo-heavy-de-peluquería. Venga, como la de Bon Jovi, mismo. Toda decisión implica hechos concretos, y en este caso, esos hechos concretos obligan a una revisión profunda y consciente de los pasos que necesitamos dar para que se den las circunstancias que anhelamos. Y esa revisión profunda y consciente es un curro, y no es fácil. Hay, como en la visita al dentista, un dolor previsto, un dolor presente (sentado en la camilla, agitando nerviosamente los tobillos mientras el taladro vibra en todo el maxilar) y un dolor consecuente, el del post-operatorio. Y si vemos, en este ejemplo, que la sonrisa de Bon Jovi te obligará seguramente a bastantes idas y venidas al dentista, estaréis conmigo en que esos tres dolores que van de la mano de nuestra decisión se van a multiplicar proporcionalmente por los días de visita. Eso es conciencia militante, eso es decidir y mantenerse al pie del cañón. En fin, sumando como de soslayo, la pasta que te va a costar la broma, quiero puntualizar que hay cambios que tienen como objetivo que tu sonrisa sea la de un heavy de peluquería, y son nobles y necesarios esos deseos, pero implican duras introspecciones y hechos concretos que nos quitan, de entrada, las ganas de sonreír. Bravo por todo el que asume todo ese trabajo y ese dolor y sigue adelante, porque su sonrisa, al final, va a estar cargada de sentido. Va a ser conscientemente bella.

Bueno, dejando el paréntesis sobre ritmos (¿o mejor será decir profundidades? No sé), en realidad somos bastantes flojos, y normalmente esperamos que el azar, los demás o la propia dinámica de las cosas nos traigan los cambios. Y además, cuando pensamos en ellos, siempre esperamos que serán en positivo. Y paremos de preguntar, por ejemplo, positivo hasta cuándo y para quién... pues nos olvidamos de la relatividad de las cosas cuando lánguidamente deseamos o esperamos nuestros cambios a gritos con la boca cerrada. Ni se nos ocurre que a veces las situaciones llevan una dinámica de caída que estábamos sosteniendo en un equilibrio artificial, no pensamos que a veces hay que dejar consumar una tragedia para que todo se regenere. En todo esto se necesita, creo, una especial resistencia interior, una mezcla de valor para lo que tienes que hacer (cuando tienes el previo valor de intentar profundizar en ti mismo y saber qué tienes que hacer) y también temple ante lo inevitable. En este caso, sobre todo si somos de ánimo relajado (irresponsable, podríamos decir), si hemos puesto nuestra evolución en manos de cierta esperanza, es casi normal que caigamos en el desespero cuando vayamos viendo que nuestro errático recorrido va desfondándose de pantano en pantano. La situación empeora y echamos la culpa a la mala suerte, como si un ente abstracto tuviera la manija de nuestro destino, y hubiera puesto en solfa, con fina crueldad, todos los hechos que nos destrozan la vida y que -desde nuestro sillón- se ven inalterables. Ya nos vale. Ni se nos ocurre pensar que podíamos haber metido mano.

Con todo inundado, siempre es más fácil echar la culpa al mal humor con que nos encara la fortuna o peor aún, buscar a algún inocente más débil y hacerle pagar, con velada o descarada crueldad, por nuestras frustraciones. Y si nos da el punto autocompasivo, porque tampoco en estos extremos tenemos valor para encontrar en nosotros mismos un aire mínimo de rebeldía, pues podemos refugiarnos en lo sobrenatural. Agotada la pataleta por nuestra mala suerte, ahí está Dios y familia, ahí está la posibilidad de reconocer al fin que esto es un amargo valle de lágrimas que ninguno de nuestros intentos hubiera podido dulcificar, el caso es ponernos ante nosotros mismos algún artificio mínimamente razonable (?) que palíe tanto sufrimiento que provocamos por nuestra dejadez o nuestra ineptitud. Y perdón, que no soy quién para hacer burla de los consuelos o las explicaciones que se haga la gente, no soy quién para remover los lodos de esos veneros que en su día brotaron por el próximo oriente...

La verdad es que no creo que haya un signo especial que distinga a quienes no esperan, que no hay que ser más inteligente ni menos inepto para saber, o más bien, para querer coger el volante de tu destino en esta carretera sinuosa y resbaladiza. Más bien, pienso que quien más quien menos va por la vida un poco aventado, con tendencia natural a la comodidad, hasta que algo bueno es demasiado sólido y hay que aprender a morder, masticar, deglutir y sacar adelante la digestión.

Supongo que así es todo, como que los placeres más sencillos se van sublimando y todo se va haciendo tan y tan complicado que a veces sólo reaccionas cuando la debacle ya está encima...

Supongo que todos somos de esperar hasta que algún cambio profundo se nos resiste y se nos va imponiendo en el centro de la existencia, hasta que caemos y tenemos que reconocer que no todo lo que necesitamos en esta vida ES DE SERIE, que tenemos que abrir bien los ojos y mover el culo. Y espabilar, antes de que la vida, por nuestra dejadez, acabe cambiándonos de lugar los verbos de esta última frase... en fin...

Pero aquí viene nuevamente el escollo del ritmo, porque puedes saber que los cambios tienen asas para que los cojas, botones de encendido y reguladores de potencia para ir manejándolos. Puedes saber eso, pero también puedes tener la percepción de que tu cambio es YA.

Sí, finalmente parió la abuela y deslizó la idea de que el devenir de las cosas podría venderse en el Súper: los cambios a nuestra medida y pendientes de nuestra santa voluntad. A eso iba cuando decía que, en parte y en general, estamos muy mal educados en este siglo -y en el anterior- para el cambio. La culpa la tienen las películas y los libros que pueden leerse en la playa y en los transportes públicos de corto-medio recorrido...

Se define PROGRESO a la acción y efecto de avanzar, crecer o mejorar, en sentido genérico, referido a la evolución de la sociedad humana. Por extensión, prosperidad y perfeccionamiento. A mí me parece que en algún punto, nuestra cultura más "de calle" ha identificado progreso con rapidez. Y todo ha ido tan rápido, que en la era de internet casi nos estamos criando en el YA. Café instantáneo, sopa "de la abuela" en sobre, información en tiempo real, y los cambios que necesitamos a nivel personal, AHORA. Por muchos megas que paguemos, todo no puede estar confiado a la fibra óptica. Nuestra EVOLUCIÓN tiene su propio ritmo. En las películas, que no duran más de dos horas porque no serían rentables, en los libros que leemos en la playa o en el metro o mientras esperamos a alguien, que son extensos y con una medida profundidad, para ser consumidos entre parada y parada, entre helado y helado, pues en esas películas y en esos libros, los cambios siempre vienen motivados por debacles, terremotos del azar o arranques de inspiración ante el infortunio, por parte del héroe de la historia. Todo rapidito. Oye, te lo pintan muy fácil, y acabas creyendo que después de A viene seguido B, pero en las pelis pasa así porque hay que ir preparando un desenlace para la próxima secuencia. Pensamos que nuestras mejoras o cambios de dirección son así de sencillos y predecibles. Muy mal educados estamos.

En la vida real, entre A y B puede haber mil buenos intentos pudriéndose en la basura, y largas, interminables sesiones de pajas mentales en la oscuridad antes de que uno tenga remota idea de cómo seguir adelante.

Hasta decir YA requiere un tiempo.

Somos extremadamente frágiles ante lo fortuito. Pienso en ello y acabo diciendo "que me quede como estoy". La voluntad es débil cuando llegas a tenerla definida, y en este último caso es voluble, y caprichosa como el paisaje de tus necesidades. Uno mismo no sabe lo que quiere ni cuando se encuentra incómodo en su pellejo, que es de su talla. Yo mismo, como todo bicho normal, he pasado por todas las quejas y he probado todas las patéticas soluciones que, enmedio de la mierda, se me han ocurrido. Y la verdad es que pocas veces he obtenido óptimos resultados, o al menos explicaciones para ir sobrellevando mis miserias. Después de ser el más reflexivo, después de ser el más sagaz o el más intuitivo de cuantos puedo ser, no he hecho nada como para sentirme digno de llevar con orgullo la bandera de la raza humana. Cuando he solucionado algo puntual, me he parado a relamerme y he visto, con amargura, cuánto se ha roto a mi paso y alrededor con lo que solucioné para mi. Esto no ha hecho que reprima mi manera de ser o sentir, pero ha convertido mis más nobles deseos en deseos sin más. Me he visto atemperado en mis intentos. Como héroe de mi película, sería lastimoso este ir y venir en busca de soluciones dignas de mis problemas... Me parece que la gente no acabaría ni las palomitas en mi peli...

Siento pensar y decir, a estas alturas, que no soy el más fiable para definir mis cambios.

Sin embargo, uno se obstina en poner, pese a todo, la mejor cara a la vida (que es una y muchas posibles) y ensayo constantemente tentativas de mejora.

Mi "época de cambios", supongo que lo mejor será que la viva como una época de intentar hacer lo que esté en mi mano, estar pendiente de lo que no dependa de mi, pendiente de en qué puedo ayudar(me), y buscar mi propia serenidad, antes de sobreactuar y enmerdarlo todo y convertir mi vida en una estúpida y enrevesada película que acabas viendo mientras dormitas en un autobús.

Mejor tranquilizarme, porque en la vida real, los cambios suelen seguir una lógica natural: suelen darse por erosión y desgaste, suelen darse por evolución/involución (que en el mundo natural no todo progreso se da por avance) o por una dinámica constante de creación/destrucción.

Para saber sobre la naturaleza de los cambios, ya nos convendría entender la lengua de los cantos rodados del río, saber preguntarle a un sauce. Sus respuestas nada tendrían que ver con las premuras de nuestras caprichosas necesidades. Vemos los cambios desde nuestra sola perspectiva, aunque estén incrustados en una maquinaria que NOS CONTIENE y en la que, en absoluto, somos los protagonistas. Y ya.



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